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      La fotografía llamó dos veces a su puerta

      Graciela Iturbide. Considerada heredera de los maestros mexicanos y de artistas como Tina Modotti, participa de “Urbes Mutantes”.

      La fotografía llamó dos veces a su puertaCLAIMA20140719_0035 “Nuestra Señora de las Iguanas”. Una de las imágenes tomadas en Jutichán en 1979.
      Redacción Clarín

      Iba en su coche. Era una joven madre de 26 años con tres hijos pequeños cuando escuchó en la radio que estaban abiertas las vacantes para estudiar cine. “Lo que más me llamó la atención era que en el primer año se haría un ejercicio con un pañuelo”. La mexicana Graciela Iturbide recogió el pañuelo y desde entonces no ha dejado de agitarlo como una maga haciendo aparecer cosas que no habíamos visto (aunque muchas veces estuvieran ante nuestros ojos).

      Y es que su obra fotográfica es como ella. Por eso los rasgos de su creación se han ido revelando a partir de un carácter marcadamente libertario, asediado por una intensa exploración espiritual. “Suelo hacerme ‘limpias’, sobre todo en los pueblos. Pero no soy fanática.”


      ¿Una limpia?

      Cuando estás triste o cansada por ejemplo, con hierbas te quitan la energía negativa. La gente en México acude mucho para sanarse.


      ¿De dónde arranca ese sentido mágico de la realidad?

      Provengo de una familia muy católica y conservadora pero me tocó ver ciertas contradicciones que me alejaron de la Iglesia. La magia la fui encontrando en el camino, quizá por una conexión con lo prehispánico. Moctezuma cree que Cortés es Quetzalcóatl que regresa porque el calendario azteca así lo indicaba.


      ¿No será la fotografía una forma de sanación, de limpia?


      –Nunca lo pensé, yo creo que sí. La cámara es un lujo, es una terapia. Es un pretexto para conocer la vida, la cultura, mi país y a mí misma. Incluso hay cosas que he podido hacer porque siento que la cámara me protege. Detrás de ella me es más fácil ver cosas fuertes como la serie sobre la matanza de cabras.


      ¿Y por qué esa recurrencia con el tema de la muerte en su fotografía?

      En México se le teme a la muerte pero se juega con la muerte. También influye un asunto personal. Perdí a mi hija a los 6 años, por eso fotografié muchos niños y angelitos. Hasta que en una oportunidad vi a un señor que iba a enterrar a su angelito y yo lo seguí con mi cámara. De repente vi a un costado un cadáver, mitad hombre, mitad calavera. En ese momento, sentí que era la muerte la que me venía a decir basta, ¡sácate esa obsesión! Me di cuenta que tenía un problema no resuelto a partir de la muerte de mi hija.


      ¿Esa pérdida puede haber influido en la decisión de ser fotógrafa?

      En esa época yo ya trabajaba con Alvarez Bravo, que fue mi maestro. Pero cuando murió Claudia, me volqué a trabajar. Todo el día haciendo tomas y toda la noche en el cuarto oscuro.

      La segunda vez que la fotografía golpeó a la puerta de Iturbide, lo hizo con un método más tradicional: un llamado telefónico del pintor Francisco Toledo invitándola a retratar su tierra. A partir de entonces, Graciela comprendería que más que elegir los temas, las mayoría de las veces son éstos los que la buscan a ella.


      ¿Cómo fue registrar a las mujeres y homosexuales de Jutichán?

      Aprendí mucho; era un momento político muy intenso y conocer la vida y los códigos de esa comunidad donde hay muchas fiestas y se bebe en cantidad, donde las mujeres llevan la economía y ellas y los homosexuales pueden entrar al mercado mientras los hombres no. Tanto es así que no podía terminar, quería seguir, pensaba que faltaban fiestas. Hasta que Toledo me dijo: termina, tenemos que hacer el libro. Así lo hice pero tengo muchos negativos que no he seleccionado.


      ¿Hay quienes estiman que su trabajo es un aporte a la causa feminista, en tanto otros consideran que posee un tinte político?

      Mi trabajo es lo que yo siento. Si es político o feminista, si es poético, que lo sea. No soy deliberadamente política ni feminista en lo que hago.


      ¿Tiene temas pendientes?

      Ay, sí. Hay una serie de migrantes que nunca he publicado. Fotografié en el Cañón de Zapata, México, lugar donde tratan de pasar la frontera a veces hasta dos o tres veces a pesar del peligro que significa y el dinero que tienen que pagar. Los polleros que los pasaban por túneles me decían que fotografiara ahí pero no lo hice porque había que usar flash, cosa que yo no hago, y porque me pareció que eso podía alertar a la policía.


      ¿Cómo es su relación con el autorretrato?

      Casual e intuitiva. No es algo que puedo manejar, tiene que venir el momento. Mi maestro Alvarez Bravo hablaba de las musarañas, una especie de mandato interior.En general mis autorretratos responden a un impulso. Lo más curioso es que no me gusta que me tomen fotos. Me veo rara, mire qué extraño, con los autorretratos que yo me hago.


      ¿Hay algún secreto para obtener un buen retrato?

      Complicidad entre el fotografiado y fotógrafo para que salga la personalidad del sujeto. La fotografía tiene que procurar ver algo a través de otra cosa, develar ese toque de misterio que está oculto.


      ¿La tecnología cambia mucho el quehacer fotográfico?

      Yo sigo trabajando en forma analógica pero no estoy en contra de lo digital. Y creo que lo que importa es el resultado.


      Cecilia G. Huidobro es decana de la Facultad de Comunicación y Letras de la Universidad Diego Portales, de Chile.


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