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      Leer es clave para habitar el mundo

      Michèle Petit. En esta entrevista la especialista sostiene que sin relatos no es posible sobrevivir.

      Leer es clave para habitar el mundoCLAIMA20150613_0011 Lectores y libros. Leer es reencontrar el eco lejano de una voz amada en la infancia, interpreta Petit.
      Redacción Clarín

      Para que el espacio sea representable y habitable, para que podamos inscribirnos en él, debe contar historias, tener todo un espesor simbólico, imaginario, legendario. Sin relatos –aunque más no sea una mitología familiar, algunos recuerdos–, el mundo permanecería allí, indiferenciado, no nos sería de ninguna ayuda para habitar los lugares en los que vivimos y construir nuestra morada interior”, resume la antropóloga francesa Michèle Petit, que desde hace 20 años estudia la relación de las personas con la lectura, los libros y las artes, en su ensayo Leer el mundo (Fondo de Cultura Económica), que presentó recientemente en la Feria del Libro y en el que reconoce la influencia directa de las argentinas Graciela Montes y Mirta Colángelo.

      Para Petit acercar narraciones, rimas y canciones permite organizar la experiencia humana, originalmente caótica. De allí, la perpetua necesidad de relatos y ficciones que contrarresten la fragmentación de la lengua cotidiana y construyan un todo ordenado e inspirador.

      –¿Cuál el espacio de la literatura en la vida cotidiana?
      –¿Qué entendemos por “la literatura”? Para mí, incluye, desde luego, la literatura oral, no sólo los mitos y las leyendas que se transmiten de una generación a otra, sino también las historias, las anécdotas narradas en una lengua que difiere de los intercambios comunes, una lengua más narrativa, más esmerada, más poética. Una forma de oralidad que tenía un sitio notable en muchas sociedades tradicionales. Hoy en día, esta lengua encuentra difícilmente un espacio en ciertos contextos, ciertas familias, cuando la lucha por la supervivencia acapara todo el tiempo. En estos casos, el lenguaje ya no sirve más que para la designación inmediata de las cosas y de los seres. O para dar órdenes, pedir, exigir. Sin embargo, esta otra lengua, narrativa, poética, metafórica (que la lectura puede sostener) es necesaria día tras día, de la misma manera que necesitamos dormir y soñar aunque no recordemos nada cuando amanezca.

      –¿Cuál es la importancia de la voz que narra, sobre todo en la infancia?
      –Los bebés son muy sensibles al ritmo, al canto, a las modulaciones de la voz que cambia si la madre (o la persona que le brinda los cuidados maternos) habla de la realidad cotidiana o si se abandona a la fantasía. Parece que la melodía de este lenguaje proporciona una continuidad tranquilizadora, que da unidad a las experiencias corporales del niño. Poco a poco deducirá estructuras rítmicas que contribuyen a su adquisición del lenguaje. Y, a partir del segundo año, los niños serían capaces de hacer la diferencia entre el lenguaje utilitario, que sirve para la designación inmediata, y el lenguaje del relato que ayuda a elaborar la separación. O sea que el bebé necesita de la literatura para crecer, para pensarse como un sujeto distinto de su madre y comenzar a darle forma a su propia historia. Ahora bien: a menudo leer es reencontrar el eco lejano de una voz amada en la infancia, el apoyo de su presencia carnal para atravesar la noche y enfrentar la separación.

      –¿Cuál es la posibilidad de que un adulto que no tuvo acceso a la literatura pueda resolver esa carencia?
      –Supone casi siempre un encuentro con alguien dotado de un verdadero arte de transmitir: un amigo, un bibliotecario apasionado o un promotor de lectura astuto. Alguien que permite recobrar, bajo un texto, una “tierra adentro” de sensaciones, un movimiento, un ritmo, a menudo mediante la voz, justamente. Alguien que sabe tocar una sensibilidad primera, suscitar vaivenes entre el cuerpo y el pensamiento.

      –Compartir lecturas, dice usted, más que formar lectores, es una forma de forjar una atención ¿esto es una forma de estar en el mundo, de asirlo?
      –Lo dijo muy bien su compatriota Graciela Montes: “Lo primero que hay para leer es lo que está ahí, el enigma, el mundo”. Graciela lo decía en una entrevista en la que incitaba a los padres no sólo a leer libros con sus hijos sino también a leer el mundo junto con ellos. Por ejemplo, a mirar el barrio en el que viven, los cambios que han ocurrido a lo largo del año. También pienso en Richard Ford cuando dice: “El objetivo de mis novelas es dirigirme al lector y decirle: ‘Mira y presta atención’.” O en David Grossman cuando comenta que la enseñanza de la literatura sería una calidad de escucha, de atención a los matices, a las singularidades. Sí, a mi modo de ver, lo que está en juego es una cierta relación con el mundo, con los otros y con uno mismo. Proveer y compartir experiencias culturales contribuye a un arte de habitar, de vivir, a una estética de la vida. También, en ciertas condiciones, a una ética, una formación de la sensibilidad, una escucha del otro.

      –Advierte un riesgo al insistir a los chicos con la lectura, cierto riesgo de rechazo, ¿cuál es el límite?
      –Advierto cierto riesgo al insistir en la lectura de manera angustiada, por ejemplo si uno piensa que leerle un libro al niño es necesario sólo para su devenir escolar y no siente ningún placer en hacerlo. O si uno lo hace de manera autoritaria e intrusiva, tratando de controlar los movimientos del niño pequeño que quiere ir y venir oyendo el cuento, o preguntándole a cada rato si ha entendido bien tal o cual palabra o en qué piensa. También se nota un riesgo con los adolescentes, por lo menos en Francia. A veces salgo deprimida de jornadas dedicadas a la promoción de la lectura: ¡tanta angustia, tanta demanda entre los docentes o los bibliotecarios en busca de recetas “para que los jóvenes lean”! Todos estos discursos tienen efectos perversos. La culpabilización de los jóvenes, la voluntad de controlar su tiempo de ocio, han contribuido, junto a otros factores, a la caída que tanto se deplora: muchos de ellos resisten la lectura también porque se quiere a toda costa hacerles tragar los libros.

      –Persiste la sensación del lector o la lectora de estar robando un tiempo a otras tareas, las consideradas útiles. ¿Por qué la lectura debe rendir cuentas tan a menudo?
      –Sí, en los medios en los que la vida es muy difícil, incluso hay mujeres y hombres que se esconden para leer para no parecer haraganes. Pero de una manera más amplia, en nuestras sociedades obsesionadas con la rentabilidad, uno debe a cada rato demostrar que la lectura “sirve” para algo, para el recorrido escolar, para la ciudadanía, para la salud… Y sin embargo es vital mantener playas de vida dedicadas a otra cosa que la utilidad, particularmente en las relaciones con los niños, pero también en las relaciones amorosas, cuando la vida viene a su invierno. Somos animales poéticos y necesitamos, a cualquier edad, la literatura y el arte para habitar el mundo que nos rodea.

      –En Leer el mundo narra su encuentro con un joven en el tranvía que le señala un arco iris. Dice que a él dedica el libro aunque afirma: “Jamás leerá estas páginas”. ¿Por qué tiene esa certeza?
      –Señalándome el arco iris casi completo que yo no había visto, en un día en que todo era gris, este joven tuvo ganas de compartir algo bello, a pesar de que no nos conocíamos y no teníamos nada en común. Dedicarle el libro era una manera de celebrar lo inesperado, la poesía de lo cotidiano que a menudo no vemos. A su edad, los varones lectores no son muy numerosos y son escasas las posibilidades de que él dé con un libro sobre transmisión cultural, pero ¡poco importa! El simboliza a los jóvenes a los que me gustaría transmitir lo que dio sentido a mi vida, pero ellos también tienen algo que transmitirme, algo que enseñarme, puesto que fue él quien iluminó mi día.


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