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      “Guapas”: ¡Una escena inolvidable!

      Redacción Clarín

      Créanme si les digo que podría ver mil veces esa escena de "Guapas" (El Trece). Y cada una de esas veces volvería a conmoverme igual que anoche. Uno de esos momentos televisivos para recordar me pareció la charla entre Lorena (Florencia Bertotti) y el doctor Müller (Mike Amigorena) en la tira de Pol-ka que escriben Leandro Calderone y Carolina Aguirre. A mi modo de ver, fue impecable; televisión de la mejor.

      El diálogo tuvo las palabras justas, ni una más ni una menos. Las palabras precisas para que el alma de los personajes se desnudara en la pantalla. Palabras que te emocionaban sin un solo golpe bajo. Palabras sin pretensiones, artificios ni edulcorante. Palabras puestas en boca de dos actores que no las pronunciaron: las encarnaron. Si las actuaciones de Amigorena y Bertotti no me hubieran dejado imantada frente al televisor, me habría levantado del sillón para aplaudirlos de pie. Si el timing de esa escena no me hubiera dejado muda de admiración, habría vivado a los directores de la tira, Daniel Barone y Lucas Gil.

      "Un ciudadano, un voto", reza el principio del sufragio universal. Parafraseándolo, un televidente, una opinión. Todos vemos lo mismo y, sin embargo, cada quien tiene sus preferencias. El reino de la pura subjetividad, la total libertad para acordar y disentir. En ese marco, si me preguntan a mí, respondo, sin dudarlo, que Lorena es mi guapa preferida; que su relación con el doctor Müller me resulta la más interesante de la historia. Y si me siguen preguntando, incluso a riesgo de estar en minoría, confieso que las escenas intimistas de la tira me atraen mucho más que las de los ataques de furia y los insultos ocurrentes. Cuestión de gustos, no más que eso. Pero justo por eso, valoré tanto la charla sin chicanas entre Lorena y Müller.

      El padre del cirujano plástico Federico Müller supo ser fuerte "y hablar tres idiomas". Pero al día de hoy es un anciano al que le falla la memoria y apenas puede balbucear. Lo encontraron perdido y avisaron al consultorio de su hijo. El doctor se había ido con su amante. Lorena —la secretaria que lo idealiza y lo ama en silencio— corrió a hacerse cargo de la situación. Cuando el médico al fin se encontró con su padre — quien sólo pudo hablarle en alemán, como en la infancia— el tiempo se detuvo. De pronto, Müller dejó de lado su tilinguería y se mostró frente a Lorena como realmente se sentía: desorientado, angustiado, perplejo ante la evidencia de los estragos que hace el paso del tiempo en los humanos, por muy fuertes, cultos, ricachones o poderosos que ellos se hayan creído.

      Lorena se atrevió entonces a hablarle a Müller sobre la muerte de su propio de su propio padre. Una muerte que se le presentó de improviso a un hombre sano y trabajador que estaba muy a gusto con la vida. El médico, por primera vez, dejó de oírse a sí mismo y escuchó a Lorena. Y así fue que tanto se lucieron Bertotti y Amigorena: ella prestándole sus lágrimas, su voz quebrada, su impotencia, a esa Lorena que evocaba la ceremonia del adiós de su papá; él, fracasando en el intento de no perder la compostura y contener el llanto.

      Sólo una cosa me queda por decirles de esa escena, estimados: vean el video. En mi humilde opinión, fue una muestra de la televisión de calidad. La tele que agradecemos ver. Sería una pena que se la se perdieran.


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