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      Joseph Beuys: chamán de la vanguardia

      Retrospectiva. Llega a la Argentina la obra del hombre que revolucionó profundamente el arte visual y escénico del siglo XX y puso el cuerpo y la propia vida en el centro de su producción artística. Los lectores de Ñ, invitados a Proa.

      Joseph Beuys: chamán de la vanguardiaCLAIMA20140322_0007 Chamán de la vanguardia
      Redacción Clarín
      21/03/2014 17:52

      La revolución somos nosotros”: el hombre camina, se hace sacar una foto y decide su título. “La revolución somos nosotros”, pensaba Joseph Beuys (Krefeld, 1921- Düsseldorf, 1986), autor de la mítica y fundamental obra: una simple y potente fotografía. Heredero de la transformación artística, mental y objetual inaugurada a principios del siglo XX por Marcel Duchamp y el dadaísmo, y en sintonía con el clima político de la Europa de los 60 y 70 –específicamente con el de la Alemania de la guerrilla urbana, la de la Fracción del Ejército Rojo y su lucha antiimperialista–, Beuys no duda en autocrearse y erigirse como un mito,un artista extremo basado profundamente en la intensidad y la acción. Beuys no distingue entre arte y vida: es desplazamiento, la energía que lo genera y contagia, la provocación, el quiebre; y no una obra.   Este artista, que cambió la historia del arte mundial desde la segunda mitad del siglo XX, llega hoy a la Argentina con la apertura de la retrospectiva Joseph Beuys , curada por Silke Thomas y Rafael Raddi en la Fundación Proa. Son 100 piezas –trabajos, y sobre todo registros fotográficos y objetos que documentan acciones y performances realizadas por Beuys entre 1955 y 1985, es decir, prácticamente hasta su muerte, en 1986. Si bien el núcleo más importante de obras de Beuys se encuentra en las colecciones de los museos Hamburger Bahnhof (Berlín) y en el Schloss Moyland (Cléveris, cerca de Düsseldorf), los trabajos reunidos aquí provienen de colecciones privadas europeas. Esta es, en realidad, la mayor retrospectiva que se haya realizado en Argentina con sus trabajos, luego de otra importante exposición que le dedicó en 1993 el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires (MAMBA). Se trata de un momento nuclear en la revolución artística de la segunda vanguardia europea, que de todos modos, por sus propias características –por la transformación del concepto de obra de arte en sí– requiere ser descifrado. En los trabajos de Beuys no hay cuadros, esculturas ni instalaciones: hay vestigios, índices, rastros y documentos. Todo en ella se relaciona con la acción, la performance y con la vida misma y su fuerza creadora. Quien espere ver en la exposición de Proa pinturas o vitrinas se verá decepcionado. Beuys y sus trabajos son especialmente intrigantes, provocativos, simbólicos. En la muestra habrá cajas, fotos, un pico, videos de performances extremas o raras, y sobre todo, historias que giran alrededor de ello… ¿Qué es lo que convierte esos objetos en arte?, se preguntarán muchos. Lo que Beuys buscaba instigar es exactamente esa pregunta e incluso que el espectador se sintiera atacado en su pasividad. No le importaban los juicios. Era un provocador.

      Beuys tenía un concepto de arte expandido, ampliado, obras que buscaban indignar o desconcertar al público de museos, que presuponía que “eso” no podía ser arte. Cincuenta años después, siguen produciendo esas reacciones. Beuys sostenía que un remolino de agua o el latido de un corazón podían ser una escultura. Prestaba especial atención al concepto de energía: consideraba que las esculturas eran reservorios de calor. Por eso solía trabajar con grasa animal, un material que se modifica con la temperatura, las condiciones ambiente, el paso del tiempo; que se altera. Su famosa “Fat Chair” (Silla de grasa) de los años 60 lo muestra: no es una forma rígida sino un proceso energético: huele mal, se derrite, se pudre. Para Beuys, la grasa y el calor fueron partes nucleares de sus obras, tanto como son partes centrales de los seres humanos. Con ello el artista expresa que el hombre y la obra deben tener la capacidad de transformarse para poder adaptarse a situaciones nuevas. El arte debe seguir a la realidad y por lo tanto, ser fluido.

      Grasa, calor, fieltro y miel: estos fueron los elementos que, a los 19 años, le salvaron la vida al joven Beuys cuando su avión –un Stuka de la fuerza aérea alemana de la Segunda Guerra– cayó en la Crimea soviética. Cuenta la historia –que muchos consideran una leyenda inventada por él mismo– que unos lugareños tártaros lo encontraron y lo untaron con grasa, lo envolvieron con fieltro y lo alimentaron con miel. Estos materiales y procesos que le salvaron la vida aparecerán una y otra vez en sus trabajos hasta el fin de sus días. Con ellos –y con ese incomprobable relato de iniciación–, Beuys refuerza que la obra es inseparable del mito del artista.

      En 1974 Beuys realiza una de sus performances más sorprendentes,  I like America and America likes me  (Me gusta América y a América le gusto yo). El artista llega a Nueva York en avión; en el aeropuerto lo espera una ambulancia que lo traslada inmediatamente hasta la galería René Block, donde se encierra con un lobo durante tres días. Sale y vuelve a subirse a la ambulancia, que lo lleva al aeropuerto y de allí, directo de vuelta a Alemania, sin tocar nunca suelo estadounidense. ¿La acción de un mistificador? ¿El acting secreto de un domador de fieras? ¿Una estrategia de marketing? ¿Los Estados Unidos son un lobo para un alemán? Simboliza el acercamiento entre las culturas originaria y occidental y la toma de posición del artista como un chamán dominador de la naturaleza y las energías.

      Beuys también integró el desafiante y rupturista grupo Fluxus, que huía de las categorizaciones, dedicado principalmente al cruce de medios artísticos, los happenings y las acciones. Entre los 60 y los 70, compartió el grupo con Yoko Ono, George Maciunas, Allan Kaprow y Wolf Vostell, entre otros. En Fluxus los artistas –provenientes de todas las disciplinas, hasta había un economista– pretendían “purgar al mundo de la enfermedad burguesa, la cultura intelectual, profesional y comercial; purgar al mundo del arte muerto, de la imitación, del arte artificial, abstracto, ilusionista, matemático, purgar al mundo del europeísmo. Promover una inundación y una marea revolucionaria en el arte”. El grupo adhería a ciertos postulados radicales: creía en el anti-arte, postulaba un arte anti-comercial y decía: “Fluxus es una actitud. Los creadores de Fluxus gustan de trabajar con la intersección de diferentes medios artísticos. Los trabajos de Fluxus son simples: el arte es de tamaño chico, los textos son cortos. Fluxus es divertido. El humor siempre fue una parte importante de Fluxus”. Beuys fue más lejos: se concentró en el poder de la creación, en el proceso creativo y en la inmensa capacidad que todo ser humano posee con su creatividad. Está esa obra de Beuys que postula: “Toda persona es un artista”. El creía que la creatividad y el arte son herramientas potentes, capaces hasta de hacer una revolución. Influenciado por los poetas románticos Novalis y Friederich Schiller, así como por la antroposofía de Steiner– creó lo que llamó “escultura social”: la sociedad en su conjunto debía ser, según Beuys, considerada una gran obra de arte, a la que cada persona puede contribuir de forma creativa. Postulaba así, también, una democratización del arte: no es una práctica aislada, algo que pueden hacer sólo unos pocos elegidos.

      Estas ideas tomaron forma de partido político: a fines de 1967 Beuys creó el Partido Alemán de Estudiantes –con el fin de educar a las personas en la madurez intelectual en el concepto ampliado de arte–, que en 1971 se convirtió en la Organización para la Democracia por Referéndum, que postulaba una democracia plebiscitaria directa, más allá del consumismo y del capitalismo.

      En sus comienzos, Beuys hizo trabajos más ortodoxos –acuarelas y dibujos sobre papel, por ejemplo– muchos de los cuales pueden verse ahora en Proa. Decía sobre ellos el artista: “El dibujo es una forma especial de pensamiento llevada a una superficie plana o redondeada.” Beuys pensaba a través del dibujo. La ruptura, el gran cambio en sus obras, comenzó cuando empezó a utilizar para hacer sus obras  objets trouvés  (objetos encontrados), noción que heredó del dadaísmo y de Duchamp. Estas primeras obras realizadas con objetos fueron dispuestas más tarde en vitrinas de vidrio. Y aquí vemos manifestarse otros de sus intereses tempranos, convertido, de adulto, en código artístico: la zoología y la botánica. El artista cuando niño jugaba cerca de su ciudad natal, en Cléveris, a tener un zoológico de hormigas y abejas. Las vitrinas que utilizó ya mayor eran farmacológicas o de museos de ciencias. En este momento, los animales tenían para él un sentido mítico, especialmente la abeja (por su sentido de organización colectiva).

      Pero Cléveris era, también, una región de pastoreo. Artista y adulto, Beuys se pensó a sí mismo como a un pastor, quizás, como un líder religioso seguido por un rebaño imaginario. De ahí la imagen del cayado –“cayado de Eurasia”, lo llamaba él– que aparece una y otra vez en sus trabajos, y la importancia, en el artista, de la infancia y del mito  como una gran fuente de experiencias e imágenes.

      En Proa se expone también uno de sus famosos trajes de fieltro. El fieltro se crea prensando pelo animal, de liebre o de conejo. Pero en Beuys el fieltro puede tener dos sentidos: uno positivo, que remite a la conservación de calor y a la protección; y otro negativo, vinculado con la sensación de incomunicación y el aislamiento existencial. Beuys creó el traje que se exhibe en Proa pensando especialmente en este segundo sentido. Siendo uno de los múltiples del original usado en  Action the dead mouse-Isolation Unit  (Acción del ratón muerto- Unidad de aislamiento), en 1970 en Düsseldorf, es una vestimenta que tiene un sentido ritual, así como el sombrero que siempre llevaba puesto y tantos otros objetos y obras de Beuys, a quien muchas veces llamaron “chamán” debido a su impronta mística. (Proa hará un desfile de moda con prendas de fieltro al final de la exposición).

      Trineos, cayados, abejas, palos, picos, papeles firmados, trajes, performances: las obras del artista deben ser vistas como índices, indicadores de experiencias y energías. Hay que comprenderlas simbólicamente. No son de fácil entrada; pero una vez que se logra traspasar por la puerta, el profundo, misterioso y excepcional mundo de Beuys se impone en toda su potencia; y es imposible permanecer al margen. Estas obras provocan, inmediatamente, una toma de posición, a menudo enfurecida. Son los rastros de un artista raro, de mirada casi animal, extraña y gris. Su amigo, el escritor Böll, lo definió bien: “Parece una figura salida de un cuadro de El Bosco.”  El pequeño, algo oscuro, creativo y arriesgado hombre que cambió el curso de la historia del arte del S XX, propuso, con la enorme fuerza de sus obras, algo tan controvertido e intrigante como la creación de una nueva libertad. 


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