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      Donna J. Guy: “El carisma siempre es un ida y vuelta”

      En su nuevo libro, la historiadora examina la creencia política del electorado en las cartas enviadas a Juan y Eva Perón. 

      Donna J. Guy: "El carisma siempre es un ida y vuelta"En los archivos de San Miguel de Tucumán.  La historiadora demoró casi una década en conseguir acceso al fondo del Patronato de la Infancia.

      Carisma, curiosa palabra del griego antiguo, que designaba un “favor, un don divino”, y que por siglos conservó ese sentido asociado a una “gracia o talento concedido por Dios”. El propio Juan Perón aludía al “óleo sagrado de Samuel” conferido a David y que lo consagró “conductor”. ¿Cuánta de esa singularidad, elusiva a las definiciones, tiene su sede en el “elegido”, cuánta reside en verdad en la mirada que lo reconoce como tal, y hasta qué punto el carisma puede ser fabricado por la publicidad? En el caso del peronismo, al estudiar el trecho que va del líder político a su electorado (a “su pueblo”), historiadores y ensayistas enfocaron sobre todo el impacto de la propaganda en el primer peronismo para construir ese diálogo directo. La designación de Raúl Apold al frente de la Subsecretaría de Informaciones, en 1949, podría ser considerada ingeniería del carisma. “Pero yo lo veo como la condición del ciudadano de creerse escuchado por el poder”, sostiene la historiadora estadounidense Donna J. Guy. “Consiste en una cercanía inédita entre el votante y el dirigente, pero esta es imaginaria”.

      Con una larga participación en medios académicos de todo el país, Donna J. Guy es Emérita de Humanidades e Historia de las Universidades de Ohio y Arizona y autora de El sexo peligroso, una historia de la prostitución en el Río de la Plata que marcó los estudios de género en Argentina. Pasó dos semanas por Buenos Aires para participar de coloquios y presentar su nuevo libro, La construcción del carisma peronista/ Cartas a Juan y Eva Perón, en el que vuelve a soprender con su mirada fresca. Pasión por su objeto, sin fervor partisano.

      Aquí se trata del vínculo entre la pareja presidencial y “la clase pobre desorganizada”. Guy indagó sobre todo en la población excluida tanto de la “popularidad de los sindicatos representantes de los trabajadores urbanos”, como de las mutuales de colectividades extranjeras, que en esos años disminuyeron su asistencia. La historiadora trabajó con archivos repartidos en instituciones –“los de Buenos Aires, que suelen ser excluyentes, pero también con archivos provinciales, como los de Tucumán”– para detectar lo solapado: cómo se sostenía el carisma desde las cartas enviadas, cuáles eran las expectativas y luego, el circuito que seguían los pedidos. En ese panorama, que va “de lo sublime a lo ridículo”, cabe un capítulo sobre “los inventos y la imaginación”, con iniciativas bastante arltianas... –un submarplano, anfibio submarino-aéreo, un “avión torpedero”, para colaborar con la “misión patriótica”, y una fábrica de nubes–, hasta la reveladora sección dedicada al discurso presidencial hacia la infancia y el modo en que las familias correspondían con sus problemas. En muchos casos, las cartas que interpreta pertenecen a comunidades semirrurales.

      “El tema del carisma me fascinó siempre –cuenta Guy–. Pero para nosotros, los estudiosos, uno de los problemas es que no tenemos el vocabulario para redefinir el carisma para el siglo XXI pues el concepto se formó en el siglo XIX, cuando las circunstancias eran muy distintas. Con la llegada de los medios masivos, fue cada vez más fácil despertar emociones en el electorado: eso significa amor pero también odio. Pensemos en los Estados Unidos: Roosevelt no solo habla al país desde la radio sino que se filmaban las noticias y se pasaban cortos, antecedente de los noticieros, antes de cada película en el cine. Ustedes desarrollaron Sucesos Argentinos, es similar. Hoy empezamos a entender cómo comienza esa relación de cercanía, de ida y vuelta con estos líderes.

      –Algunas de las cartas reflejan ese país semirrural, excluido del Estado de bienestar. Y a un Ejecutivo que en muchos casos daba respuesta institucional. ¿El mito del país rico de los años 50 acalló el panorama real en las provincias?

      –Eso se ve de manera clara: apenas se deja atrás una gran ciudad, surgen necesidades de vivienda, grandes vacíos en salud, en la ancianidad, madres criando solas adolescentes problemáticos. Claro que entonces no era tan grave como hoy, pero existía y era invisible y eso viene a hacer el carisma, justamente. Aunque sea en el plano imaginario, vuelve visibles las necesidades y las resuelve. Por eso creo que el carisma no es una calle de mano única, sino que se construye a dos bandas. El líder promete pero debe establecer el vínculo en lo real para ser reelecto.

      –¿Cuáles fueron los principales hallazgos?

      –Entre los historiadores del peronismo suele haber una lista de temas muy estudiados y otros que ni figuran. Por ejemplo, yo nunca había oído hablar de la Ley de Subvenciones, porque todo el foco está siempre en la Fundación Eva Perón. Lo mismo vale para la Ley de Adopción. Estas dos leyes motivaban muchos pedidos. Por otra parte, es muy llamativo que tantas mujeres se dirigieran al Presidente. Es que ya existía una tradición de mujeres que enviaban cartas de cierta intimidad. Esto quedó claro en el maravilloso libro de Rebekah Pite, La mesa está servida, Doña Petrona C. de Gandulfo y la domesticidad en la Argentina del siglo XX. A pedido de Petrona en sus programas de radio, miles de mujeres le escribían sobre los resultados de sus recetas. A través de ellas se puede develar la economía argentina... Así, Petrona fue precursora de este diálogo a través de cartas. Evita nunca pidió que le escribieran pero Perón fue muy explícito. Había una confianza en ellos, aunque tuvieran sus enemigos.

      –El estudio de estas cartas es bastante reciente; se sabe que tras el llamado a escribir, la oficina encargada recibió 24 mil cartas en 1951. ¿Con qué corpus trabajó usted?

      –Examiné sobre todo las que finalmente se enviaron al Archivo General de la Nación, en el Fondo Perón, pertenecientes a los dos Planes Quinquenales. En el 1° Plan Perón llamó a a la población a escribirle pero muy pocos respondieron; en el segundo llamado, para el 2° Plan, fue un aluvión, lo que resulta revelador sobre la construcción del carisma. Yo solo estudié las cartas que planteaban problemas sociales; no me ocupé de aquellas que solicitaban o proponían infraestructura (carreteras, puentes, etc.), ni de las que enviaban funcionarios de gobierno provinciales. Busqué cartas sobre las familias, la necesidad de escuelas, los que escribían desde comunidades de provincia vaciadas por la inmigración a la Capital. Y lo primero que constaté fue la falsedad de que todas esas cartas habían sido destruidas por la Libertadora en 1955. Pero sí se encontraban en sitios inimaginables. Por ejemplo, encontré todo el lote de cartas para solicitar las famosas subvenciones –para las que había que llenar un formulario y conseguir solo un certificado de buena conducta–, en la Sociedad de Beneficencia. Ahí tiene usted otro mito, que Evita cerró la Sociedad. Fue efectivamente intervenida por Juan Perón. El la sacó del primer plano porque los legisladores peronistas querían disolverla, para castigar a los oligarcas, pero él nunca les dio el gusto. La Sociedad fue arropada en distintas instituciones canalizando la ayuda a través de hospitales, diversas direcciones que cambiaban de nombre. Me llevó 10 años entrar en el archivo del Consejo Nacional del Niño, en las oficinas del antiguo Patronato de la Infancia. Los archivos no habían sido limpiados en 20 años. Tampoco me dejaron mirar más allá de 1955. Yo soy muy sociológica en mi enfoque. A mí no me interesa la clase de cartas que profesan amor al matrimonio Perón, sino las de quienes describen sus tremendas necesidades. Para hacer una comparación, en America latina hoy hay muchos más evangélicos con una gran influencia en la política. Esto tiene que ver con el componente de los sentimientos personales, que puede trascender el intelecto y cruzar hacia una relación personal con la divinidad. Esto rara vez era posible y tan sencillo en las religiones formales.

      –¿Usted lo asocia con los evangélicos porque se plantea una fe irracional?

      –En absoluto; quienes escriben están muy bien ubicados en cuanto a sus necesidades. Pero sí hay elementos en común. Muchas cartas reflejan la situación de quienes han quedado solos en su pueblo, porque los jóvenes han partido a la ciudad. Es gente que necesita el contacto y sostener la esperanza política. Reflejan su desesperación de ser escuchados. Mucho del carisma tiene que ver con el imaginario y el deseo de poner el nivel personal por encima de lo político. Muchas de las cartas nunca eran respondidas ni tomadas en cuenta, pero persistía la esperanza de que fueran atendidas, renovarían la relación dándole otra vez el voto. Me gusta la idea porque realmente creemos que podemos cambiar el mundo. Yo quiero escribir una historia humana. Hay una carta de una mujer del grupo “las pobres vergonzantes”, que quiere construir casas para viudas, donde puedan vivir juntas sin la potestad de un varón. Cuando Eva murió, Perón escribió al Ministerio de Asuntos Técnicos para saber qué había pasado con esas viudas. Nada se había resuelto para ellas; Evita ya estaba muy enferma cuando ellas le escribieron. Pero Perón se preocupó, se preguntó qué había sido de ellas.

      –¿Qué le dicen estas cartas sobre el resto de América latina?

      –Mucho; veo semejanzas en la Cuba que construyó la revolución cubana. Creo que debemos despejar la falsa idea de que recién hoy vivimos en un mundo global. Llevamos largas décadas viviendo en la globalización, esta precede por mucho a la televisión. Miremos a Hugo Chávez, quien tuvo la idea más acabada de lo que hacía Perón pero tenía mucho más dinero que él. Uno de los problemas del populismo es cuando se queda sin dinero para repartir; eso es lo que pasa en Venezuela ahora. También se puede mirar a Getúlio Vargas en Brasil. Pero un partido no puede perpetuar el carisma. Es el caso de Maduro, el de Cristina. El carisma es un don personal. Debemos pensar en los límites del carisma y los peligros de la institucionalización, como en el caso Corea del Norte. Hoy vemos muchas política dinástica: los Clinton, los Bush, los Kennedy. Creo que eso querían los Kirchner, una política dinástica. Se ve en la dinámica de alternancia. No se transfiere porque tiene que ver con las diferencias de los individuos.


      Imán personalista, con un diseño gráfico incomparable

      Afiche de Perón, de 1953.Afiche de Perón, de 1953.

      Debemos varias joyas compiladas en este singular volumen a una casualidad. Alguien corrió una estantería en el Archivo General de la Nación y rodó al suelo un rollo de afiches ocultado en espera de tiempos propicios. La anécdota es literal y la cuentan los editores de Afiches del peronismo, publicado por la Untref. Es una simetría de la Historia que lo mismo sucediera con el bello retrato –hiperestilizado– de Eva Perón que decora los billetes de 100 pesos.

      Reunida por Raquel Quintana y Raúl Manrupe, esta antología incluye afiches realizados por muy diversos equipos y abordan todos los temas. También muestran una galería de estilos, desde los que evocan la gráfica pionera de los constructivistas soviéticos y la Bauhaus, en su elogio de la utopía fabril modernista como clave de la realización humana y el primer plano de sus héroes obreros, hasta el retrato de los líderes con una retórica más próxima al póster cinematográfico. Sus apelaciones llaman al apoyo del obrero agremiado pero también estimulan el ocio y un turismo abierto a nuevos viajeros, a través de la Fundación Eva Perón.

      Decisiva en la comunicación del primer período peronista fue la designación de Raúl Apold al frente de la Subsecretaría de Informaciones, que dependía directamente de la Presidencia, en 1949, quien daría a las comunicaciones estatales una importancia clave.

      El país que en los años 60 alcanzaría el readership de periódicos más alto de toda Iberoamérica se nutría desde principios del siglo XX de diseñadores calificados, que podían vibrar en sintonía con las grandes usinas de la comunicación europea y estadounidense. El sindicalismo fue, desde siempre, una de las avenidas que introducía la modernidad en el lenguaje visual.



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      Matilde Sánchez
      Matilde Sánchez

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