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      A seis años de la Tragedia de Once: “Todavía no pude volver a trabajar ni salir sola de mi casa”

      Lo cuenta Natalia Meza, la última pasajera rescatada del andén tras el choque. Fue dada de alta tras cinco meses de internación y le hicieron cerca de treinta cirugías. Casi pierde ambas piernas. Pero volvió a aprender a caminar. 

      A seis años de la Tragedia de Once: "Todavía no pude volver a trabajar ni salir sola de mi casa"Natalia Meza, víctima de la tragedia de Once. Foto: Alfredo Martinez

      Natalia Meza fue la última sobreviviente que rescataron, entre cuerpos y hierros retorcidos, seis años atrás. Salió de la estación Once en un helicóptero del SAME y de ahí directo al quirófano del Hospital Santojanni. También fue la última en recibir el alta, casi cinco meses después de que el tren Sarmiento impactara de lleno contra el paragolpes, provocando 51 muertes, entre ellas la de una embarazada, y 789 heridos. Es la última de la tragedia de Once y la que todavía no despega. Su vida anterior está muy cerca pero al mismo tiempo fuera de su alcance.


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      “Desde el choque no pude volver a trabajar ni salir sola de mi casa”, dice. Está sentada a una mesa en el living del hogar que comparte con sus padres, Santiago y Josefina, en un barrio de casas bajas y calles de tierra a cinco minutos de la estación ferroviaria de Merlo. Cuando el tren se estrelló en el andén, tenía 28 años. Desde ese momento, su vida quedó tajeada: no pudo ponerse en pareja, ni mudarse, ni volver a sostenerse económicamente. La mantienen los padres, la ART le da el servicio médico y espera una indemnización en el juicio civil. 

      Natalia Meza, a un año de la tragedia. Acompañada por su padre, Santiago, y su madre, Josefina. Foto: Leo Vaca/ArchivoNatalia Meza, a un año de la tragedia. Acompañada por su padre, Santiago, y su madre, Josefina. Foto: Leo Vaca/Archivo

      En los años que siguieron a la tragedia, sus necesidades eran más elementales, debió por ejemplo volver a aprender a caminar. Hoy, cualquier proyecto se le interrumpe por un padecimiento crónico. Los injertos que recubren su cuerpo suelen infectarse, lo que la obliga a estar en continuo tratamiento. Algunos días no puede pisar o bajar de una escalera por la hinchazón de sus talones. Peritajes oficiales fueron concluyentes sobre su estado físico: tiene 95 por ciento de incapacidad.


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      El 22 de febrero de 2012 subió al primer vagón del Chapa 16, una formación que superaba en por lo menos 20 años su edad de retiro. De lunes a viernes, desde hacía siete años, elegía esa ubicación. Lo hacía pese a que su padre siempre le advertía: “ni en el primero ni en el último. Los vagones seguros son los del medio”. Pero en sus viajes al trabajo -una regalería china en Once- se sentía obligada a ir adelante. De otra forma, a los retrasos habituales por cancelaciones, incendios en las máquinas o interrupciones, debía sumar 20 minutos más en la salida. Ahí, se generaban embudos humanos, empujando por salir a la calle y cumplir el horario de entrada a sus trabajos.


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      Esa mañana, alrededor de las 7:30, Natalia encontró el andén en Merlo lleno. “Otra vez, demoras”, pensó. Ya había decidido que, si llegaba una formación, esperaría la próxima. Pero cuando el Chapa 16 hizo su ingreso al andén, se vio frente a la puerta y el movimiento de la masa de pasajeros la fue empujando hacia adentro. Parada, quedó de espaldas a una ventanilla. Cargaba una mochila hacia adelante, sobre su pecho. Se tapó los oídos con auriculares y puso play desde el celular a una lista de temas de cumbia. “No fui prestando atención al viaje -dice-. Sí recuerdo que pasamos por Caballito y yo guardé el celular para prepararme para la salida en Once. Al segundo, llegamos y después vino el golpe”.

      Natalia Meza fue uno de los 200 testigos que declararon en la causa Once. Lo hizo con una muleta, aún en recuperación. Foto: David Fernández/ArchivoNatalia Meza fue uno de los 200 testigos que declararon en la causa Once. Lo hizo con una muleta, aún en recuperación. Foto: David Fernández/Archivo

      Estuvo más de cuatro horas atrapada, sintiendo cuerpos y chapa a su alrededor. Hacía muchísimo calor. En varios momentos dijo que las piernas no le respondían, que no aguantaba más. Cada vez que lo decía aparecía una voz masculina que le repetía que tuviera paciencia, que ya los iban a sacar. Ella fue la última. Salió consciente y hasta pidió a los bomberos que no le quitaran su mochila. Pese al impacto seguía teniendo las tiras alrededor de los hombros. Quería llevársela con ella. Pero no pudo. Semanas más tarde, mientras la cuenta de sus operaciones sumaba más de 20 -fueron alrededor de 30- y corría peligro de perder las dos piernas, su padre se presentó a la comisaria para reclamar la mochila. Se la entregaron pero faltaban $700 pesos y un celular nuevo. Sería la primera de una larga serie de miserias.

      “Los funcionarios creyeron que no íbamos a hablar, que éramos los negritos de Once, y que con un poco de plata nos compraban el silencio. Pero lo nuestro fue dignidad pura”, dice Santiago, el padre. Seis años después, todavía le cuesta aislar la bronca de las palabras. Natalia a su lado agrega: “Siempre le dije no firmes nada. Yo necesito contar lo que me pasó, nadie puede negar mi experiencia: saltar de formaciones en llamas, ver cómo las puertas se abrían solas e ir arriba de trenes que no frenaban; y después, el choque que dejó mi vida interrumpida”.


      Sobre la firma

      María Belén Etchenique

      metchenique@clarin.com

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