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      José, un tipo simple y laburante, de esos que necesita la Argentina

      Honró a su país con trabajo y una bandera en su jardín. Un lector que es exponente de una generación de argentinos que ya no existe.

      José, un tipo simple y laburante, de esos que necesita la ArgentinaOrgullo. Autodidacta y "castellano" de pura sepa.

      La de hoy es la historia de un hombre simple y común, modelo frecuente en épocas pasadas. Cuando un trabajo alcanzaba a la mayoría de la gente para “parar la olla”, como se decía en aquellos tiempos al acto para muchos hoy no tan fácil de que la plata alcance para comer bien todos los días y llevar una vida digna. También es el retrato de un arquetipo de habitante de vecindarios tranquilos, en este caso Villa Pueyrredón, donde todos se conocían entre todos, y disfrutaban, particularmente en verano, la llegada morosa de los atardeceres en ruedas apasionadas sobre el fútbol, la política, la vida, la familia y los amigos. Es, se diría, un hombre producto de la circunstancia de su tiempo, que hoy es recordado con nostalgia por su familia.

      Repasar su historia no es dar un vistazo sólo a su biografía personal, sino a las de varias generaciones que conocieron otro estilo de vida, con gusto a barrio y tertulia, y otra forma de vínculos. Aunque todos sabemos que ya es imposible volver a aquel tipo de sociedad, quizá repasar esta historia ayude a los jóvenes a revalorar sus raíces, a verse reflejados en sus ascendientes y a honrarlos en su esfuerzo y en su tenacidad para mejorar las condiciones de vida mediante el trabajo, la mayor dignidad de la condición humana.

      Hablamos de José Mina, un nombre que puede no decir nada a muchos y que, sin embargo, es uno de los millones y millones de laburantes anónimos que regaron con su esfuerzo el suelo de nuestro país. Justamente, su hija Beatriz, hoy odontóloga, por una circunstancia que ni ella misma sabe explicar con precisiones racionales, siempre asoció a su papá con las celebraciones de la Patria. Quizá porque haya nacido en 1916, el del Centenario de la declaración de la Independencia nacional. Fue el 16 de junio y las cuentas en este caso no mienten: el año pasado hubiese cumplido 100 años y ya andaría por los 101. Beatriz cuenta que tiene “grabada en la memoria una imagen muy fuerte de mi niñez. De esas que pasan los años y en lugar de esfumarse se fortalecen.”

      Su padre esperaba los días patrios para colgar con orgullo el manto sagrado celeste y blanco en el mástil que colocaba en el jardín, al frente de la casa familiar.

      Su padre esperaba los días patrios para colgar con orgullo el manto sagrado celeste y blanco en el mástil que colocaba en el jardín, al frente de la casa familiar. Por entonces, quién más, quién menos, cultivaba esa costumbre, no se trataba de una aislada conducta personal, sino de un hábito que se fue perdiendo con los años y que ahora ha quedado prácticamete reducido a las jaranas colectivas o al momento de la tristeza del adiós en los Mundiales de fútbol.

      Bodas de Oro. José y su esposa, Nicolasa (Album familiar)Bodas de Oro. José y su esposa, Nicolasa (Album familiar)

      Hijo de inmigrantes italianos, trabajador del tiempo de antes, se crió en un familión. Eran ocho hermanos, más cuatro primos cuyos padres habían quedado viudos. Todos juntos, hicieron disfrutar a Beatriz, quien rescata hoy la memoria de su padre y de una legión de antiguos argentinos, una infancia alborotada y feliz. Sus hermanos eran para él como los dedos de sus manos. Sus hermanas le decían "Pepito".

      Como era de rigor en aquellos, más en las familias trabajadoras humildes y numerosas, José sólo cursó algunos años en una escuela de Villa Urquiza, pero no pudo terminar por razones económicas. Trabajó desde chico vendiendo diarios y más tarde en la empresa de teléfonos de la época de los ingleses, la Unión Telefónica, en la sección Conservación de Cables, en las dependencias de Arenales y Montevideo, frente a la plaza Vicente López. Desde allí se iba caminado hasta la estación Retiro para tomar el tren Mitre hasta Migueletes. Porteño por geografía y convicción, nació y se crió cerca de esa estación, en el barrio de Villa Pueyrredón. Se jubiló luego de 42 años de trabajo en la empresa.

      José cursó sólo algunos años en una escuela. Trabajó vendiendo diarios y luego en una empresa de teléfono, donde se jubiló.

      Armó junto a su esposa Nicolasa un hogar maravilloso en el que creció Beatriz con su hermana. “Su amor por la familia fue para él algo sagrado, ni qué hablar cuando llegó el turno de los nietos. Tenía adoración por ellos”. Se trata de Gustavo y Hernán, los hijos de Ana María Mina; y de Pablo y Laura, los hijos de Beatriz Mina. A sus hijas les decía “las pibas”, desde chiquitas hasta el final de sus días.

      Cuentan que le atraía la política y que no le sacaba el cuerpo al compromiso ciudadano. Era un radical "de boina blanca", del tiempo pionero de Leandro Alem y de Hipólito Yrigoyen. Una de esas boinas, que conservaba con orgullo, pasó al patrimonio del “museo familiar”, esos recuerdos que se agolpan en rincones sagrados de las casas de todos los tiempos. Es la memoria de un linaje que late en esa gorra que supo usar José, quien incluso integró una lista de la UCR para las elecciones.

      Hincha de Boca, fue tan derecho que creyó que -como boquense de ley- que debía comprar los bonos para la construcción de la Ciudad Deportiva de Boca, megaproyecto de Alberto Jacinto Armando, un presidente de Boca que hizo historia en los años 60, pero a la vez estafó las ilusiones de soñadores como José. Con inauguración prevista para un día de la Patria, esa Ciudad junto al río color de león nunca vio la luz del día. Ni ninguna otra. Sólo naufragó como tantas obras de la Argentina marchita. Armando había prometido inaugurarla el “25 de 1975 “a las 11 de la mañana, aunque llueva”, se ufanaba Armando con una tarjeta que repartía entre allegados, hinchas y periodistas de entonces.

      José Mina vivió el tiempo de gloria de los diarios impresos y compraba todos los días Clarín por las mañanas

      José Mina vivió el tiempo de gloria de los diarios impresos y compraba todos los días Clarín por las mañanas y, cuando volvía del trabajo, al caer la tarde, leía La Razón: épocas en las que se podía comprar dos diarios por día. Fue de esa estirpe de argentinos simples, de hábitos caseros y comunes, que hemos ido perdiendo por los arribistas de los cielos posmodernos, algunos políticos, otros simples holgazanes, algunos más delincuentes, fieles símbolos decadentes de las pinceladas discepolianas. Vivillos vulgares que crecieron a la sombra del esfuerzo ajeno.

      Le encantaban las plantas, los pájaros y los trabajos manuales. “Con sus manos de artesano, las manos de mi padre, decoraba el jardín y se animaba a pintar la casa, resolver problemas de electricidad, de la radio o lo que fuere. Nos inculcó la cultura del trabajo y la necesidad de superarnos a través de la educación. Es su mejor legado, junto a su honestidad y el amor a la familia”, cuenta Beatriz, una profesional orgullosa de ser la hija de quien sumó un granito de arena a los argentinos que hicieron de la Argentina un país para vivir y soñar. Un prototipo que las nuevas generaciones deberían restaurar con urgencia. Para ser. Para hacer, para que volvamos a disfrutar de tipós como José. Se fue en 2002, en plena hecatombe nacional, a los 86 años. Quizá no sólo por el paso del tiempo. Acaso su corazón no pudo resistir ni comprender cómo aquel país de la Bandera argentina en su jardín había sido saqueado de tal manera hasta el derrumbe del final.


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      Osvaldo Pepe
      Osvaldo Pepe


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