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      El año de los referéndum

      Por Yanina Welp. Politóloga. Profesora Investigadora, Centro de Investigación para la Democracia Directa (C2D) Universidad de Zurich.  

      Redacción Clarín

      2016 parece haber sido “el año del referéndum”, a juzgar por el espacio que le han dedicado los medios de comunicación a consultas como la boliviana en febrero, en que se rechazó una reforma constitucional para habilitar la reelección de Evo Morales; el Brexit en junio, el plebiscito por la paz en octubre en Colombia o, hace dos semanas, el referéndum constitucional italiano. Aunque no son excepciones sino parte de una tendencia, potencian un debate caracterizado por posiciones extremas: la consulta directa a la ciudadanía como “solución mágica” a la crisis de legitimidad o como un acto “imprudente e irresponsable” de resultados inciertos. Sin embargo, la ciudadanía forma sus preferencias en un contexto determinado y con múltiples condicionamientos; entre otros, la calidad de la información a la que accede o las preferencias ideológicas y partidistas. Por otra parte, las consultas populares no caen del cielo: cuándo, quién, por qué y cómo se activan tiene mucha importancia.

      Ahí es donde el debate se vuelve más complejo, porque algunas consultas no parecen tener mucho sentido. Por ejemplo, ¿por qué en España se convocó en 2005 un referéndum consultivo para ratificar la Constitución Europea si casi todos los partidos con representación parlamentaria, y todas las encuestas, mostraban que la mayoría de la población estaba a favor? El modo en que evolucionó el clima político indicaría que se intentaba cubrir un incipiente déficit de legitimidad referido al proceso de integración europea, pero se puso el parche en el lugar equivocado. Hay casos más flagrantes, como las sucesivas iniciativas del derechista y xenófobo Partido del Pueblo Suizo (SVP), que suele activar iniciativas populares por recolección de firmas. Un caso emblemático fue la iniciativa exitosa contra los minaretes, a pesar de que en el país existían, al momento de la consulta, sólo cuatro y en zonas en que la población musulmana estaba integrada pacíficamente. El referéndum triunfó en zonas con menor o ninguna población musulmana.

      La Europa actual ha probado ampliamente el potencial movilizador del miedo al otro. El 2 de octubre de 2016, el presidente húngaro Viktor Orbán, del conservador y nacionalista Unión Cívica Húngara, propuso rechazar las cuotas de acogida de refugiados establecidas por la UE. Con una baja participación (44%), el 98% se manifestó a favor de rechazar las cuotas. Pero incluso las buenas intenciones pueden verse enturbiadas por el predominio de intereses que van más allá de la consulta. En Colombia, el presidente Juan Manuel Santos buscaba ratificar el acuerdo de paz que cerraría 52 años de conflicto armado con las FARC. Con una baja participación (37%), el No obtuvo un ajustado triunfo en una campaña plagada de mentiras, sobre todo desde la oposición. Desde el gobierno el mensaje era algo como “aceptan este acuerdo o vuelve la guerra”. ¿Para qué inicia el presidente una consulta no obligatoria si cree que hay una solución única? Todavía más: la renegociación de los acuerdos mostró que sí había alternativas, incluyendo la ratificación por vía parlamentaria que tuvo lugar últimamente.

      En Reino Unido, para resolver una puja intrapartidaria y detener la fuga del electorado hacia la UKIP (nuevo partido nacionalista), el primer ministro David Cameron jugó su suerte al referéndum. Para sorpresa del mundo (anticipo de la que generó el triunfo de Trump), el 51% de los electores británicos apoyaron el “leave”. Entre los innumerables dilemas que abren estos resultados (cómo y cuándo dejar la UE), surge un problema de legitimidad adicional: la insatisfacción de los escoceses, que tan sólo dos años antes habían decidido permanecer en Reino Unido, en parte por su vocación europeísta.

      El referéndum en Italia del 4 de diciembre cierra el ciclo. Como en Bolivia en febrero, la consulta era obligatoria (porque así lo establece la Constitución para ratificar reformas que no cuentan con una amplia mayoría parlamentaria). Pero Renzi como Cameron se puso él mismo en el asador. Cuando lo hizo, contaba con altos niveles de popularidad, pero no evaluó bien lo fácil que se le hacía delinear la estrategia a la oposición antisistema de Beppe Grillo y la Liga Norte. Alta participación, clara mayoría en contra, dimisión.

      Siguen observándose los clásicos referendos de consolidación de poder, como el que tuvo lugar en Tayikistán en mayo de este año o el fijado en Turquía para el próximo. En paralelo, más actores consideran la necesidad de la participación ciudadana en contextos democráticos en ebullición, con nuevos partidos en la escena y/o nuevas demandas ciudadanas. En Canadá, se discute una reforma electoral que muchos actores sociales consideran debería ser ratificada en referéndum. En un caso especialmente complejo, el gobierno catalán ha anunciado un referéndum de autodeterminación para el 2017 (ilegal en los términos de la Constitución española de 1978). Nada parece sugerir que 2016 puso fin a las consultas populares.

      ¿Solución o problema? El referéndum no es más que un mecanismo regulado y activado en el marco de la democracia representativa. Gobiernos, partidos, poder judicial y organismos electorales son clave en este proceso. Los medios de comunicación y, crecientemente las redes sociales, juegan también un papel destacado. Por supuesto, las instituciones crean un marco: no determinan los resultados. Lo mismo ocurre con las elecciones, y no por ello vamos a interrumpirlas. 


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