Noticias hoy
    En vivo

      Una política exterior más pragmática

      Sergio Cesarin

      Redacción Clarín

      La reciente gira presidencial por China y Japón ha sido parte importante de un programado – y aún inacabado - ejercicio activo de diplomacia presidencial destinado a mostrar que la vigencia de formas tradicionales, estilo de ejercicio diplomático y una postura dialoguista siguen siendo atributos preferidos para entrelazar la Argentina con el mundo. Luego de varios años de tensión respecto del entorno hemisférico, el ensalzamiento de regímenes neo-autoritarios, cierto desdén por la “vieja Europa” y exploraciones en política exterior cuya praxis reflejó dicotómicas visiones del orden mundial, es positivo un retorno a dichas prácticas.

      Por su formato, objetivos y dinámica, nos habla sobre la constante y dura exigencia a la que se ven sometidos gobernantes argentinos por “reconstruir confianza” en el exterior; como corolario de fracturas internas y disidencias intra e inter fuerzas políticas, debemos recalcular vínculos externos de manera permanente mediante una “diplomacia de restauración” que encuentra cada vez mayores restricciones para sortear escollos impuestos por la baja credibilidad de nuestro país. Naciones como China, Japón o Estados Unidos “no olvidan” ya que sus registros político-institucionales aportan a una “memoria institucional” que soporta imágenes de largo plazo y no meros objetivos de corto plazo.

      El viaje presidencial a China nos habla también de la distancia estratégica existente. A lo largo de 45 años de relaciones bilaterales, China estabilizó su situación política, clausuró desaveniencias intra-partido, Deng Xiaoping impuso su visión, y China se alejó de la utopía comunista para abrazar el ideario consumista. En este lapso, y respondiendo a su propia historia, pasó de ser una economía rural a una potencia tecno- industrial. Contrariamente, nosotros retrocedimos económicamente, iniciamos un conflicto militar externo con la OTAN, impusimos unilateralmente un default y hoy aún somos depositarios de penalizaciones estratégicas de incierto fin. Desde aquel amanecer de la apertura china cuando en 1988 el Pequeño Timonel (Deng Xiaoping) recibía al entonces Presidente Alfonsín como el líder de un “país en desarrollo, del tercer mundo y no alineado”, requerido por China para ser un socio proveedor agroalimentario privilegiado, el entorno kantiano-krausista ha dejado de existir y un entorno global en mutación impone sus urgencias.

      Antes que apelaciones sobre rol de la Argentina en el mundo, el ejercicio de una “diplomacia pragmática” exige hoy la operación de acuerdos en el marco de una “agenda impuesta”. Los Estados juegan un papel central en el sistema internacional, el poder nacional importa, el realismo político reina con intereses como arietes de negociación y China, como uno de sus mayores representantes, cuenta con una capacidad de “disciplinamiento” de actores díscolos, que aplicará en la dosis y momentos necesarios. Más allá de la economía de redes, el orden clásico de poder aún funciona.

      Mirando hacia adelante, es difícil pensar en la sostenibilidad de una relación entre “socios estratégicos integrales” bajo un manto desequilibrios acumulados que, presumiblemente, se verán agravados en el futuro (repago de contratos, mayores concesiones, contenciosos por preferencias a empresas chinas, escasas garantías de acceso al mercado chino de productos argentinos, persistencia de alta capacidad de retaliación por parte de China rechazando exportaciones de soja; U$S 26.000 millones de déficit en el intercambio comercial acumulado entre 2007 y 2016).

      ¿Es culpable China de esto? No. Las principales falencias residen en nosotros. Un viaje presidencial no cambia la ecuación general pero puede comenzar un lento pero persistente repliegue de la distopía argentina. También en eso los chinos algo nos pueden enseñar.

      Sergio Cesarin es Coordinador del Centro de Estudios sobre Asia del Pacífico e India de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF)