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      Hermenegildo Sábat. La mano de un mago también desaparece

      Su amigo de más de 50 años, el galerista Jorge Mara, despide al caricaturista, dibujante y pintor uruguayo, que brilló en Clarín desde 1973. 

      Hermenegildo Sábat. La mano de un mago también desapareceMenchi Sábat.
      06/10/2018 00:06

      Hace muchos años –yo estaría cursando la secundaria– mi padre, que manejaba un taxi en Montevideo, al llegar a casa me contó que esa noche había tenido una linda experiencia. Generalmente llegaba frustrado, abatido y refunfuñando. Pero esa noche había llevado hasta su casa a un hombre “de lo más simpático” –cito a mi padre– y gran admirador de Gardel y de Troilo. Este pasajero joven, simpático y tan tanguero como mi padre, lleno de anécdotas y buen conocedor de la música popular rioplatense se llamaba Hermenegildo Sábat.

      El nombre me quedó grabado. Años más tarde, cuando yo empecé a circular por los lugares donde se oía jazz en Montevideo, El Hot Club y la Peña del jazz, Menchi Sábat ya tenía una bien ganada fama de conocedor del jazz, era un dibujante conocido y ya escribía para el diario El País. Teníamos muchos amigos en común. Algunos eran sus colegas en la redacción (Homero Alsina Thevenet, Emir Rodríguez Monegal, Taco Larreta, los Roldán) y yo, en cierto modo, ya me consideraba un poco amigo suyo, aun antes de haberlo visto nunca: era cuestión de tiempo para que nos encontráramos y para que esa amistad latente, flotante e inevitable se concretara.

      Su retrato de Aníbal Troilo, de quien era fanático.Su retrato de Aníbal Troilo, de quien era fanático.

      Menchi Sábat fue un artista que a lo largo de su vida festejó a otros artistas que admiró y que conformaron su gran familia de elección: Troilo, Gardel, Armstrong, Pee Wee Russell, Duke Ellington, Borges, Piazzolla, Toulouse Lautrec, Lester Young, Torres García, Juan Carlos Onetti, Charlie Parker, Pessoa y tantos, tantos otros. Todos ellos contribuyeron a hacer, del hombre y del artista, lo que fue; no hubo dicotomía alguna en Sábat. Hubo múltiples intereses en su vida, y todos confluyeron.

      Me gustaría observar algo sobre el rol del caricaturista y el del retratista. Creo que en términos poco rigurosos los géneros no están muy delimitados, sino funcionalmente. Recordemos que la palabra caricatura viene del italiano, caricare, que significa cargar. Cargar, es decir, exagerar ciertos rasgos físicos de un individuo, no siempre con intención satírica o crítica, aunque a menudo sí la hay. Existen muchísimos retratos en la historia de la pintura en los cuales el artista realza una característica sobresaliente de su modelo o la soslaya a propósito, que es también una forma de manifestarla. Paul Cézanne pintó veintinueve retratos de su mujer Marie Hortense y la representó en todos con un rostro deliberadamente inexpresivo, una máscara insensible, hierática e impersonal como una de las tantas manzanas que pintó. Lo notable en esos retratos es justamente la ausencia del detalle humano significativo.

      Los ejemplos contrarios son más abundantes : hay retratos de Van Gogh que están al borde de la caricatura, muchos retratos de Picasso son burlones y caricaturescos, y están sus tremendos, últimos autorretratos de los años setenta, donde se representa a sí mismo como una máscara cadavérica, con ojos desmesurados, labios apretados y una inmensa nariz triangular.

      Goya pintó algunos retratos que están al borde de la burla: la Reina María Luisa, Fernando VII o Carlos III con caras de bobos o su amigo, Martín Zapater, con una nariz descomunal. Egon Schiele está siempre violando las fronteras de la representación y pensemos en el propio retrato de Schiele, pintado por Max Oppenhaimer, donde se lo ve con unas inmensas manos inverosímiles que parecen garras. ¿Acaso el extraordinario retrato de Velázquez del Papa Inocencio X no tiene una enorme “carica”? Los rasgos están deliberadamente acentuados, la mano derecha tensa y casi crispada, la mirada desconfiada y aterradora. No hay dudas de que Velázquez busca y consigue una mayor penetración psicológica a través de la exageración de los rasgos físicos del temible prelado.

      Entre los artistas que sé que Menchi admiró, hay muchos cuya obra roza a veces la caricatura: Modigliani, Soutine, el mismo Toulouse Lautrec, sin olvidar a los expresionistas, Beckmann, Ernst Kirchner, Jawlensky, Kokoschka, Max Pechstein y otros.

      Es cierto que en Sábat hubo una división nítida entre su trabajo periodístico y sus otras obras que no respondían a las urgencias del momento. Pero yo no separaría tanto al dibujante del pintor. Quizás sus dibujos tuvieran una función más utilitaria y sus pinturas hayan sido más libres; puede ser que dibujante y pintor durmieran en camas separadas, pero no hay duda de que compartían la habitación. Sábat, periodista gráfico, interpelaba e interpretaba sintéticamente la realidad. Sus dibujos periodísticos eran una crítica de la actualidad en la actualidad. Son, también, un registro histórico fundamental.

      Se puede saber mucho de la historia reciente de nuestro país a través de los dibujos que Sábat publicó de sus dirigentes políticos. La pintura –por su lado– tiene otra relación con el tiempo, y aunque pueda estar anclada en más de un punto en el presente es, esencialmente, intemporal. Se ha comparado a Sábat caricaturista con Honoré Daumier. Yo no lo veo así: Daumier representaba sobre todo categorías, si se quiere, arquetipos. Sábat invariablemente representaba individuos.

      Charlie Parker. El jazz era otra de las pasiones de Sábat.Charlie Parker. El jazz era otra de las pasiones de Sábat.

      Siempre se declaró autodidacta. Su primera influencia, ha dicho, fue su abuelo y homónimo Hermenegildo, dibujante como él. Uno podría trazar una ascendencia que incluiría a muchos pintores, dibujantes e ilustradores famosos como Rowlandson, Hogarth, Blake, Tenniel , o su amigo y extraordinario caricaturista Al Hirschfeld, que lo protegió y albergó durante su estadía en Nueva York, sin olvidar al gran Jean Dubuffet. Tampoco debemos excluir a algunos artistas uruguayos que él admiraba: Barradas, Torres García (acordémonos de los retratos imaginarios de Torres, tan caricaturescos: Tiziano, Goya, Leonardo, Velázquez, Wagner y muchos otros). Incluyamos también a Pedro Figari. Sábat amaba y conocía muy bien la obra de estos predecesores. Pero todos ellos y muchos otros solo parecen haber influído en Sábat más intelectual o espiritualmente que en la consolidación de su estilo. Como artista, Menchi nació por partenogénesis.

      La ironía era fundamental en Sábat. La ironía como instrumento de exploración del mundo, es necesariamente crítica, aunque abierta a la tolerancia. El juicio irónico reconoce en el otro a un semejante y no ignora la empatía. Sábat nunca fue mordaz ni corrosivo, y mucho menos cínico. Era completamente distinto a Otto Dix o a George Grosz, por ejemplo. Podía ser duro y hasta implacable en sus dibujos, pero siempre era lúdico y estaba del lado de la vida. En la puja radical entre Eros y Tánatos, se alineaba firmemente con Eros. En algunos de sus personajes – y digo bien, aun los sujetos políticos se convertían en personajes en el mundo sabático– se perciben a veces rasgos simpáticos que redondean el perfil humano del representado. Pienso en algunos de sus dibujos de Perón o de Menem. Su crítica era sutil, a veces deliberadamente inocente en la forma, pero contundente y sin tapujos en su intención.

      Su compromiso era con la ética –artística, social y personal– y en eso Sábat no transigía. Su humorismo era poético y cuando pintaba o dibujaba a sus amigos –hablo de Onetti, Torres, Troilo, Django Reinhardt y todos los demás , todo ese parnaso de personajes entrañables que eran su mundo, su equipaje sensible e intelectual– lo hacía con un afecto evidente, con gratitud y admiración. El calor humano en el hombre y en su obra se percibía a flor de piel.

      Todo lo que he dicho –más allá de las obviedades por las que me disculpo– es inevitablemente parcial, discontinuo y fragmentario.

      Menchi Sábat siempre fue un hombre libre y un artista irreverente. Todos esos dioses tutelares que lo rodearon y protegieron lograron que lo fuera por muchos, muchos años.

      Jorge Mara dirige su galería de arte desde los años 80. Ha exhibido, entre otros, a artistas de la talla de Roberto Aizenberg, Sarah Grilo, León Ferrari, Horacio Coppola y Grete Stern.


      Sobre la firma

      Jorge Mara