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      Somos los protagonistas de la tragedia educativa argentina

      Por Guillermo Jaim Etcheverry, Academia Nacional de Educación.

      Somos los protagonistas de la tragedia educativa argentinaAlumnos contestan las pruebas ''Aprender'' en Córdoba en noviembre del año pasado.
      Redacción Clarín

      Promediando la década de 1990 una encuesta de Zuleta Puceiro puso de manifiesto la que desde entonces considero la “paradoja central de la educación argentina”. Se trata de la curiosa observación que consiste en el hecho de que la mayoría de los padres considera que la educación atraviesa una crisis en el país pero que, también en un muy elevado porcentaje, se consideran satisfechos con la educación que reciben sus hijos. Es más, el Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina que analiza esta cuestión cada año, no solo ha confirmado aquellas observaciones sino que advierte que, cuando se les pregunta a los padres si estarían de acuerdo en cambiar a sus hijos de escuela para mejorar la calidad de la educación que reciben, en un 80 por ciento no manifiesta interés en hacerlo.

      Esa conformidad abarca a padres de nivel socioeconómico elevado y bajo, en los que mandan a sus hijos a escuelas de gestión estatal y privada y a los que tienen hijos en el nivel primario y medio. Es decir que tienden a percibir que la educación argentina atraviesa una crisis pero que, por un milagro inexplicable sus hijos han logrado salvarse.

      Casi desde la misma época las evaluaciones de calidad educativa, nacionales e internacionales, muestran graves deficiencias en los aprendizajes de nuestros chicos: casi el 50 % de quienes están por terminar el ciclo medio tienen dificultades para comprender lo que leen y dos de cada tres no logran realizar simples operaciones matemáticas.

      Ante esta “paradoja educativa” – padres conformes con niños con mal rendimiento – me ha llevado a sostener que la nuestra debe la “sociedad de los huérfanos” ya que a esos chicos con graves dificultades nadie parece reconocerlos como hijos. Esa situación paradojal explica mucho de lo que nos sucede ya que hace que nos preocupemos poco por la educación al entender que su crisis no nos afecta.

      Mientras no se perciba que la “tragedia educativa” – título del libro en el que hace ya casi dos décadas expuse esas ideas – se desarrolla entre las cuatro paredes de nuestra casa, nada cambiará por más que se modifiquen el currículo, el método pedagógico o las tecnologías. Debemos entender que no somos espectadores sino protagonistas de la tragedia educativa.


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