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      Ricardo Kirschbaum
      Ricardo KirschbaumDel editor al lector

      Alberto y Massa intentan evitar otro desastre

      Parrilli, es decir, Cristina, hizo la provocación cuando ya se sabía de señales de Olivos más conciliatorias con la oposición.

      Sergio Massa y Alberto Fernández.

      Alberto Fernández ya sabe que no tiene los votos para aprobar la reforma judicial en Diputados. Si siguiera todo así, con la lógica furiosa del oficialismo obnubilado por la marcha opositora del 17, la derrota está garantizada. Y si la lógica de la intransigencia se mantuviera, ese resultado sería un verdadero desastre para el Gobierno. Sumar otro fracaso al grave error de cálculo de la expropiación interruptus de Vicentin, en medio de esta debacle económica, podría encender aún más el debate entre Olivos y Cristina Kirchner.

      El impacto de la protesta opositora fue respondida con la declaración de servicio público de la telefonía celular, Internet y televisión por cable, un avance muy serio sobre derechos y libertades. Este nuevo ictus de radicalización del Presidente puede ser otra concesión a Cristina, con quien discrepa en el modo de conseguir la reforma judicial.

      La enmienda Parrilli, introducida furtivamente en el proyecto, es un exabrupto que exterioriza esa puja. El senador neuquino metió la cláusula contra el periodismo, que hasta un lego sabe que es una grave mordaza inconstitucional, cuando ya se rumoreaba que un mensaje de Olivos había llegado hasta la bancada opositora del Senado con señales de moderación y diálogo. Parrilli, es decir Cristina, endureció aún más una reforma que será aprobada en el Senado pero encallará en la otra Cámara. ¿Por qué Cristina aceleró los tiempos y autorizó a Parrilli a esa provocación? Para demostrar fortaleza luego de la marcha opositora aún sabiendo que el proyecto como está no tiene chance de convertirse en ley. La vicepresidenta actúa como si controlara todo el Congreso. Así, pone en dificultades a Fernández y a Massa, quienes cargarán con el peso de una derrota.

      Fernandez ya se comió el error de Vicentin. Creyó que iban a vivarlo por la expropiación pero consiguió un cerrado repudio. Ahora el riesgo es mayor.

      El Presidente no puede explicar por qué quiere reformar la Justicia justo ahora. Ni tampoco por qué designó al abogado de Cristina en la comisión de notables, que desde entonces la llaman Beraldi. Ambas decisiones, que Fernández las reivindica como propias, revelan errores impropios de un táctico hábil.

      Le fue mucho mejor cuando la sociedad percibió que sus decisiones beneficiaban al conjunto.

      La oposición reclama que se retire el proyecto de reforma para sentarse a dialogar, algo que Fernández no puede hacer como tampoco desinvitar a Beraldi.

      La línea de vida que en Olivos se piensa tender para que la reforma siga respirando es esperar que el Senado cumpla el plan de Cristina, para tratar de abrir una negociación amplia en Diputados y modificar el proyecto.

      El objetivo: conseguir un consenso tan amplio que faciliten una aprobación que le impida al Senado, y a Cristina, insistir en su proyecto.

      Para eso necesita que la oposición acceda a sentarse a negociar sobre tópicos que ya ha dicho que no lo hará y, también, que el kirchnerismo que conduce Máximo acceda a enmendarle la plana a su jefa. Algo difícil.


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      Editor General de Clarín rkirschbaum@clarin.com