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    • Lunes, 25 de marzo de 2024

    Especial Clarín

    Porteños: el viejo “duelo” con el interior que ahora reavivó la política

    Mientras cavilaba sobre posibles motivos para una rivalidad sostenida, o justificada, entre los nacidos en, por ejemplo, Ituzaingó, o Haedo, o en Córdoba o en el Chaco, y aquellos nativos en la Capital Federal, ahora Caba, vinieron a mi memoria- probablemente por lo poco serio de esta preocupación- dos personajes de historieta: ambos pícaros, gandules y holgazanes. Si mencionara primero a uno o a otro, podríamos perfectamente intercambiar sus lugares de nacimiento, sin que el personaje debiera modificarse. El cordobés Piturro y el porteño Isidoro Cañones, tienen tantos aspectos en común como diferentes, y no podríamos utilizar a ninguno de los dos para perorar a favor o en contra del porteño o del mediterráneo. Si bien Piturro es tan inconfundiblemente cordobés como Isidoro porteño, intentar construir un paradigma de petulancia, vagancia o desaprensión, que abarque al personaje y al grueso de una ciudadanía, sería necio y absurdo por partes iguales.

    Debo reconocer que nunca me han convencido las calificaciones contra los porteños como diferenciadamente ególatras o, por utilizar una palabra tan pueril como desagradable, “agrandados”; y no lamento quedarme solo en este disenso; el más inteligente de todos nosotros lo ha puesto en letras de molde: un caballero solo defiende causas perdidas. ¿No es Borges el bardo porteño por excelencia, entre otros muchos méritos? Practicaba un humor cáustico contra sí mismo, tanto en sus ficciones como en las entrevistas, que continúa siendo una de sus marcas universales. Tachar de petulante al porteño Borges solo definiría al emisor del comentario. Landriscina, otro de nuestros grandes narradores, personifica distintas singularidades regionales para causar risa fraternalmente. No carga las tintas en particular sobre porteños ni norteños, distribuye equitativamente las caricaturas de nuestros rasgos: no todos los seres humanos protagonizamos algún acto heroico, pero ninguno de nosotros se salva de ser alguna vez ridículo.

    Historia

    Del intendente al jefe de Gobierno

    Entre 1852 y 1861, y enfrentamientos de unitarios y federales mediante, Buenos Aires se separó del resto de las provincias. Tras la unificación, recién en 1880, y luego de varias tensiones y enfrentamientos, se determinó que Buenos Aires fuera la Capital Federal. El Presidente designó al intendente hasta 1996, cuando tras la reforma de la Constitución Nacional se redactó la porteña y el jefe de Gobierno comenzó a surgir del voto popular.

    Política

    La culpa de los porteños

    “Hasta los helechos tienen luz y agua”, djio la vicepresidenta Cristina Kirchner para marcar la diferencia entre La Matanza, donde presidía un acto, y la Ciudad. Fue en diciembre. El mes pasado, el Presidente dijo: “Nos da culpa la opulencia de Buenos Aires”. Ahora, el Estado Nacional decidió bajar el coeficiente de coparticipación de 3.5% a 2.32% de la Ciudad que comanda Rodríguez Larreta, opositor del gobierno nacional. Y lo llevará a 1.4%. Entre este año y el próximo la quita representa unos 45 mil millones de pesos.

    Población

    70 años sin cambios

    El primer censo oficial del que se tiene registro es de 1855 y en ese año los porteños eran 92.079 (el 35,3% de la población era inmigrante). En 1947 la Ciudad tenía 2.982.580 de habitantes y en 2018, 3.068.043. Es decir que en el lapso de algo más de 7 décadas, la población aumentó en 85.463 personas (un 2,78%). Y según las estimaciones, el futuro no será muy distinto: para 2040 se espera que haya 3.043.704 habitantes en territorio porteño.

    Servicios

    Movilidad y salud

    El Area Metropolitana de Buenos Aires (AMBA) es un concpeto que se revalorizó en la pandemia. En cifras: unas tres millones de personas por día ingresan desde el GBA en automóvil particular, trenes y colectivos. Entre 195 y 200 millones de pasajeros por mes utilizan los distintos medios de transporte urbano y suburbano de la Ciudad. Según números oficiales, el sistema público de salud porteño tiene un 50% de pacientes ambulatorios que no viven en la Ciudad. En cuanto a la internación, representa un 30%.

    En los stand up, en el cine, en la literatura, los porteños son proclives a tomarse el pelo, mucho más que a envanecerse. Ya en 1884, en su encantadora novela Juvenilia, Miguel Cané ponía en duda que se justificara una brecha hostil entre capitalinos y provincianos:

    Antes de su entrada, las pasiones políticas que habían agitado a la República desde 1852, se reflejaban en las divisiones y odios entre los estudiantes. Provincianos y porteños formaban dos bandos, cuyas diferencias se zanjaban a menudo en duelos parciales. Los provincianos eran dos terceras partes de la totalidad en el internado, y nosotros, los porteños, ocupábamos modestamente el último tercio; eran más fuertes, pero nos vengábamos ridiculizándoles y remedándoles a cada instante.

    Las referencias a la opulencia de la Caba, que le genera culpa y vergüenza, y a los helechos privilegiados, en los discursos públicos del presidente y la vicepresidenta, despiertan pesadillas que la razón había convertido en diálogos.

    En lo sucesivo, Cané desmonta por completo la inquina mítica entre unos y otros, y contempla a cada compañero en su individualidad: resalta las ventajas de alguna tradición relacionada con el sitio de origen; pero revela los defectos según los actos, no la procedencia. Si ya en fecha tan temprana, hace dos siglos, hasta en las novelas se desarticulaba la cizaña que había enfrentado a compatriotas, ¿a qué viene ahora que la despierten nada menos que el presidente de la Nación, y su electora fundacional, la vicepresidenta, sitos ambos en Puerto Madero y Recoleta, respectivamente?. La culpa y el odio no son buenos conductores de lucidez en el análisis político: la exigencia básica para cualquiera que ejerza un cargo público es no azuzar desacuerdos innecesarios. Muchas veces un presidente se ve obligado a dirimir disputas infranqueables: nunca a establecerlas deliberadamente.

    Por supuesto existieron diferendos de sangre, en los albores de la patria, y hasta bien mediado el siglo 19, entre la Capital y las provincias, entre unitarios y federales, narrados en relatos crueles y crudos como El matadero, de Echeverría (escrito en la década de 1830, publicado en 1871) o en el escenario mismo de la realidad, como la persecución de Rosas contra Sarmiento. No fuimos la primera ni la única nación que, apenas librada con sangre su independencia, siguió derramándola en una guerra fratricida. Pero esa hemorragia intestina, que recorrió como una maldición a los argentinos, ya por motivos diversos, hasta diciembre de 1983, se agotó de la mejor manera con la asunción del primer presidente democrático luego de siete años de dictadura: Raúl Alfonsín. El padre de la democracia, entre sus legados señeros, nos persuadió de nunca más resolver nuestras disputas políticas, o de ningún otro tipo, por medio de la violencia. Esa, y la paz con nuestros vecinos, es de las pocas políticas de Estado, internas y externas, que hemos sabido preservar. Confeccionar un enemigo con el cual distraer la atención de los electores no es la más razonable de las estrategias de construcción de poder: los beneficios que brinda a su ejecutor son efímeros, pero el daño que ocasiona es duradero y expansivo. Las referencias a la opulencia de la Caba, que le genera culpa y vergüenza, y a los helechos privilegiados, en los discursos públicos del presidente y la vicepresidenta, despiertan pesadillas que la razón había convertido en diálogos. La invención de enemigos al uso, en este caso la Capital y los porteños, cuyo jefe de gobierno electo pertenece casualmente a la principal coalición opositora, suele estar relacionada con oscurecer las causas comprobables de los huecos perniciosos en el erario: los siete millones de pesos que la firma The Old Found (maniobra en la cual fue imputado el ex vicepresidente Amado Boudou) le rapiñó a la provincia de Formosa, a precios de 2010; los hoteles vacíos del Calafate, los bolsos de la Rosadita, las cifras megamillonarias anotadas en los cuadernos de la corrupción, la destrucción del aparato productivo y educativo de los últimos seis meses. No son cuentas que se les puedan cobrar a los funcionarios de Caba ni a los porteños en general, por mucho que se quiera hacer hincapié en su supuesta picardía, lasitud o soberbia. ¿No será de ese pozo sin fondo de la corrupción y la ineptitud de donde debieran extraerse y recrearse los recursos para garantizar la igualdad de oportunidades?. Esos desfalcos no vinieron a engrosar las arcas de la Caba, ni garantizan la elegancia de sus veredas, sus librerías, sus espacios verdes.

    Isidoro Cañones

    Playboy y porteño piola

    “Altanero, altivo, con la perita levantada, parecía Isidoro Cañones”. Agustín Rossi, actual ministro de Defensa, hablaba así de Mauricio Macri en 2015, tras el debate previo a las elecciones presidenciales. Isidoro fue una creación de Dante Quinterno, el arquetipo del “porteño piola”, y tuvo otros nombres previos en diversas publicaciones. Pero luego cobró vuelo y logró “independizarse” de Patoruzú. Isidoro, “el botarate” según su tío, el coronel Cañones, recorría “boites” y “farras”, y comandaba a su famosa “barra”, entre otros conceptos que reforzaban su porteñidad.

    Piturro

    Del interior a la Ciudad

    “Piturro es un vivo, medio vago, pícaro con las minas. No tiene vicios malos”. Así describía su autor, Julio Olivera, a este personaje cordobés que había llegado para vivir a Buenos Aires. En general tenía trabajos casuales que no le duraban mucho, y se lo veía rodeado de pulposas mujeres. Como Isidoro, nació en una revista y en los setenta tuvo su propia historia. Y hasta consiguió su propia versión infantil: Piturrito.

    Rico Tipo

    Más allá de las chicas Divito

    La revista creada por Guillermo Divito se caracterizó por reflejar las características de la paleta de personajes que representan al ciudadano medio. Pochita Morfoni, Fúlmine, Fallutelli, El Abuelo y Gracielita fueron algunos de ellos. También por las populares chicas, que marcaron tendencia en la moda, así como los trajes de los personajes masculinos. El más popular fue El otro yo del Dr. Merengue, un abogado correcto y ubicado, una especie de Dr. Jeckyll y Mr. Hyde criollo, que se caracterizó por expresar en la última viñeta el verdadero pensamiento del personaje.

    Mafalda

    De San Telmo al mundo

    “Es muy sencillo, cuando yo hice Mafalda vivía en San Telmo, y más o menos copié la geografía del barrio en que yo vivía. Las empalizadas de los baldíos, con las plantitas que crecen en las cornisas, los adoquines...”. La respuesta es de Quino, el creador. La estatua de Mafalda está en Chile y Defensa. Pero más allá de su inspiración porteña, el mismo autor lo explica: “Mafalda tampoco es porteña. Los problemas que he tratado de pintar siempre fueron universales”.

    La pérdida de tiempo, a la vez feroz y penosa, que genera la inserción en una discusión estéril, entre los supuestos fallos del espíritu porteño y la generosidad y grandeza de quien no lo es, o que siendo porteño se auto odia, nos enfanga aún más en una crisis que es de por sí profunda. Hace por lo menos cuarenta años que los argentinos disfrutamos de nuestras diferencias: el turismo interno, tanto de los porteños hacia el norte y el sur, como viceversa, es uno de los activos nacionales. Las fiestas y ferias regionales, Cosquín, los recitales multitudinarios de una punta a otra del país, la Feria del Libro, las librerías, los teatros, son valores que llevan décadas creciendo en libertad y en paz; nos enorgullecen entre compatriotas, sin distinción de acentos. A ninguna persona sensata se le ocurriría quejarse del privilegio de los cerros nevados de Bariloche, o de la gloria de la rambla marplatense. Nos alegramos de que existan en nuestra tierra compartida: no son culpables de las carencias en otras partes; por el contrario, sí punto de partida para encontrar soluciones conjuntas. La idea de que la bonanza de una región- siempre relativa, porque incluye sus propias zozobras- es consecuencia de la desventura de otra, es una de las ficciones del resentimiento, siempre improductivo, que no mejora la suerte de los desposeídos, pero puede empeorar la de quienes vienen funcionando razonablemente. En Buenos Aires capital no hay minas de oro ni de cobre, ni petróleo, ni recursos marítimos, ni atracciones turísticas naturales incomparables: su gran imán es la cultura, la creatividad, la diversidad, su insolencia y su elegancia urbana. ¿Cuál de estos factores es pernicioso o reprochable? Por supuesto, el puerto y el intercambio de mercancías fueron y en cierta medida siguen siendo un buen fluido para el crecimiento, pero estas oportunidades son encomiables: a no ser que se quiera vivir de otra cosa distinta del trabajo. No sé cuál sería la culpa de petulancia o soberbia de la ciudad más gay friendly de América Latina, la capital del Juicio a la Juntas, la sede de los derechos humanos en todo el mundo hispano parlante. Pero, en cualquier caso, yo me quedo con esta capital antes que con los prejuicios que la asedian. Cuando la vicepresidenta cuestiona la calidad de vida de los porteños, desde el continuo fracaso de La Matanza, gobernada interminablemente por su parcialidad política, no propone soluciones: se regodea en el problema.

    Confeccionar un enemigo con el cual distraer la atención de los electores no es la más razonable de las estrategias de construcción de poder: los beneficios que brinda a su ejecutor son efímeros, pero el daño que ocasiona es duradero y expansivo.

    Comencé estas reflexiones con la cita a dos personajes de la historieta argentina, y la posibilidad lamentable de que algún semiólogo desencaminado pudiera utilizarlos para interpretar el alma porteña o cordobesa en sentido peyorativo: repito, describiendo a Piturro se podría diseñar el porteño devenido del prejuicio, como quien alaba un vino por la etiqueta y luego le aclaran que es otro. Pero el ensayista chileno Ariel Dorfman sí, en los años 70, publicó un ensayo paranoico, inverosímil, delirante, sobre el Pato Donald- Cómo leer al Pato Donald, 1971- que todavía se reedita. Lo traigo a colación porque el propio Dorfman, obligado a exiliarse de Chile por la dictadura de Pinochet, eligió como tierra de refugio la misma de la cual provenía su anatema: la Norteamérica de Walt Disney. Es una paradoja destacable que los principales detractores de la Caba elijan, como aposentos para sus majestades, la propia Caba. Es una parábola también curiosa de la mayor parte de los integrantes de la izquierda marxista occidental: cuando por el motivo que fuera levantaron campamento de sus países de nacimiento, eligieron como destino alguna democracia occidental, nunca el Vietnam comunista, ni la China maoísta ni la Cuba castrista ni Corea del Norte. Algo debían tener aquellas metrópolis liberales- más suculentas económicamente que Caba, pero pares en su atractivo cultural- París, Londres, New York, como para que con semejante rechazo que les provocaban de todos modos las eligieran para realizar sus existencias.

    Tango

    La música de la Ciudad

    Es un símbolo argentino en todo el mundo, y la música de la Ciudad. El ritmo surgido en el Río de la Plata se consolidó, desde las letras de las canciones, como reflejo de historias de los porteños y sus barrios, con un fuerte sentimiento evocativo, pero también autocrítico. De Carlos Gardel a Astor Piazzolla, de Enrique Santos Discépolo al tango electrónico, se constituyó en Patrimonio Cultural de la Humanidad, según la declaración de la Unesco, y es atracción turística en la Ciudad, en donde hasta hay un campenato Mundial de danza.

    Folclore

    La expresión del interior

    Es la manifestación de las costumbres del interior. También del campo alejado de los centros urbanos. Cada una de las regiones tiene sus artistas representantes, sus ritmos y sus danzas características. Del Litoral al Noroeste, pasando por la Pampa y la región Andina. Cuecas, zambas, chacareras y chamamé son apenas algunos de los ritmos de la música popular, que ofrece la misma importancia que el tango y que, como el dos por cuatro, lleva la cultura argentina por el mundo.

    Literatura

    La Ciudad de las librerías

    Una encuesta del Foro Mundial de Ciudades Culturales determinó que Buenos Aires tiene 25 librerías por cada 100.000 habitantes. Lo que la convierte en la número uno del mundo en ese indicador. Cuna de escritores famosos en todo el mundo, Jorge Luis Borges la reflejó a traves de toda su obra. “En la memoria de Palermo estabas; en su mitología de un pasado”, escribió el autor sobre su barrio, Palermo, y la Ciudad.

    Humor

    De Tato a Landriscina

    Tato Bores fue el “actor cómico de la Nación” y describió como pocos la realidad del país. Porteño desde siempre, se inició en la Revista, un género clásico y representantivo de Buenos Aires. El chaqueño Luis Landriscina, por su parte, se convirtió en referente de un humor que refleja historias y vivencias de diferentes regiones del país. Y que también supo describir con humor a los porteños. “En el interior les tenemos bronca por las dudas”, dijo en uno de sus cuentos.

    Mientras que los disidentes contra el stalinismo o el maoísmo siempre eligieron coherentemente, para vivir, alguna democracia occidental; los defensores del stalinismo o el maoísmo eligieron siempre, para vivir, también, alguna democracia occidental. No hay motivos climáticos, ni de reservas naturales, ni insondablemente culturales para que la Caba funcione mejor que ninguna otra ciudad de la Argentina: nuestro destino nacional está en nuestras manos desde 1816; y desde 1983, cada unidad política decide su destino también.

    Bartolomé Mitre

    El primer Presidente porteño

    Fue el primer porteño de los 35 presidentes constitucionales que gobernaron el país desde 1853. Durante todo ese período, diez ocupantes del sillón de Rivadavia nacieron en la Ciudad. Otro dato indica que, hasta Alberto Fernández, no hubo ningún presidente porteño desde el regreso de la Democracia, en 1983. Otros nueve mandatarios nacieron en la provincia de Buenos Aires. Y el resto provino de diez provincias: Entre Ríos, Córdoba, San Luis, Tucumán, La Rioja, Santa Cruz, San Juan, Salta, Catamarca y Corrientes.

    Raúl Alfonsín

    La idea de mudar la Capital

    El primer presidente tras el regreso de la Democracia, en 1983. Su gestión, entre 1983 y 1989, incluyó el proyecto de trasaldo de la Capital Federal a Viedma, en Río Negro. La iniciativa tuvo hasta una ley, la 23.512, que creó el Ente para la Construcción de la Nueva Capital Empresa del Estado (ENTECAP). Desde su génesis generó rechazo de sectores políticos y económicos. Y Carlos Menem, en su administración, terminó derogando la ley.

    Mauricio Macri

    De la Ciudad a la Rosada

    Nació en Tandil y fue el segundo Jefe de Gobierno de la Ciudad en llegar a la Casa Rosada desde Bolívar 1, el histórico espacio de la alcaldía porteña. El primero había sido Fernando de la Rúa, cordobés, quien interrumpió su mandato para cruzar la Plaza de Mayo. La autonomía porteña nació en 1996 con la sanción de una Constitución propia. Hasta ese momento, era el Presidente de la Nación quién designaba al intendente porteño.

    Alberto Fernández

    El primer porteño desde el 83

    El porteño al que le da “culpa la opulencia de Buenos Aires” es el primer nacido en la Ciudad que llega a la presidencia desde el regreso de la Democracia, en 1983. Es el décimo presidente argentino que nació en la Ciudad. En 2000 obtuvo una banca como legislador de la Ciudad y se manifestaba a favor de traspasar competencias, como la Policía, con recursos. Formaba parte de la Alianza Encuentro por la Ciudad, liderada por Domingo Cavallo y Gustavo Béliz. Renunció en 2003 para asumir como jefe de Gabinete de Néstor Kirchner.

    Aquellos que fuimos educados en la escuela pública de los años 70, y concurrimos a clubes públicos, donde en vacaciones nos reuníamos con amigos de todo el país, incluso en medio del desastre de la guerra civil peronista de entre el 73 y el 76, y la masacre de la dictadura del 76 al 83, vivimos una infancia donde las clases sociales y las geografías se entrecruzaban. Porteños, sureños, norteños, puntanos, pampeanos, intercambiábamos figuritas y cartas postales. Podía existir alguna pulla, pero a nadie se le ocurría haber nacido favorecido por una fortuna distinta e inmodificable. El mérito nos definía en nuestro éxito o fracaso. La sorpresa del tucumano frente al Obelisco no opacaba la del porteño en la Puna o Tilcara.

    Pudiera pensarse que esta fungida batalla entre porteños y no porteños, lanzada descuidadamente desde los estratos más altos del poder, no pasa de ser un bluf sin mayores costos que lamentar. Pero la actual puja del Ministerio de Educación de la Nación, contra el intento de las autoridades de la Ciudad por regresar a una cierta cantidad de niños al ciclo lectivo presencial, denuncia que se están tomando en serio sus propios galimatías: no es posible terminar de discernir si están poniendo mayor esfuerzo en recuperar las clases perdidas, o en esmerilar a las autoridades electas de la Caba.

    SC


    Sobre la firma

    Marcelo Birmajer
    Marcelo Birmajer