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      La Corte devolvió el poder de los legisladores

      Los jueces impugnan los intentos del oficialismo para disminuir el poder de los legisladores.

      La Corte devolvió el poder de los legisladoresCristina Fernández de Kirchner mide su poder en el Senado.

      La restauración que hace la Corte de los consejeros elegidos por los bloques del Congreso impugna los intentos del oficialismo para disminuir el poder de los legisladores.

      La decisión de Cristina de negarle legitimidad a Luis Juez y la de Cecilia Moreau de restársela a los elegidos por los bloques de Diputados es complementaria de otras medidas de negación del poder a los legisladores. Cristina de Kirchner inauguró en 2019 la rutina de convocar a todas las sesiones del Senado como "especiales". Es decir, sin un acuerdo previo entre los bloques sobre los temas a tratar en reuniones de Labor Parlamentaria.

      ¿Por qué Cristina anuló el trámite del acuerdo previo? Porque era un foro de decisiones que no podía controlar.

      Los asuntos que mandó al recinto en sesiones alimentan una larga lista de iniciativas que murieron en Diputados y no llegaron nunca a ser ley: la reforma judicial, la modificación de la Suprema Corte, el nuevo régimen para la Procuración de la Nación, eliminando la necesidad de los 2/3 para designar al jefe de los fiscales, el fondo mediante blanqueo para pagarle al FMI, la moratoria previsional, la Reforma del Consejo de la Magistratura con 17 integrantes y sin presidencia de la Corte. Si hubiera que valorar la tarea de Cristina en el Senado por productividad, debería devolver parte del sueldo.

      Cristina le birló el Senado a los senadores

      Es comprensible que, si Cristina no tenía el poder para avanzar en consensos, no habilitase discusiones en Labor Parlamentaria. Quebró así el viejo dictamen de Miguel Pichetto: el Senado es de los Senadores.

      Con la presidencia de Cristina el Senado dejó de ser de los senadores. Nunca habían perdido el control de la cámara bajo otras presidencias del Senado - Víctor Martínez, Eduardo Menem, Chacho Álvarez, Daniel Scioli, Amado Boudou o Gabriela Michetti.

      Sólo Cristina obturó ese foro que es Labor Parlamentaria y asumió, de facto, decisiones como si fuera senadora, cuando su rol de vicepresidenta no le da ninguna representación. Si interviene como filtro de los asuntos que entran en el orden del día de cada sesión, está actuando como legisladora. Y no lo es.

      Es la manera que Cristina ha encontrado para alzarse con alguna autoridad en la parcela que le tocó en el reparto de 2019. Es un error creer que lo hace porque tiene una personalidad caprichosa y respondona. Es una maniobra para ejercer el poco poder que tiene.

      El símbolo es el ocaso del solemne Salón Azul de la cámara como escenario de las audiencias en los grandes temas de consenso, como el Presupuesto o leyes de ambición estructural. La arbitrariedad es una manera de mostrar autoridad, pero si el resultado final son proyectos que mueren en las orillas de la cámara baja, el resultado es bien pobre. Y redunda en una judicialización de la política de la que ahora el peronismo no puede quejarse.

      La debilidad lleva a la judicialización de la política

      La debilidad de origen la llevó a Cristina también promover el desdoblamiento de los bloques para capturar representantes por la mayoría y la segunda minoría.

      Embutió a la política en una trama judicial con el solo propósito de mostrar que tenía poder para tomar decisiones arbitrarias. Consensuar es ceder poder, pero quien es débil no tiene nada para ceder. Si es cierto que la resolución de Cecilia Moreau, que descalificó la Corte el jueves, fue para reproducir en Diputados la arbitrariedad de Cristina en el Senado, es otra muestra de la debilidad que termina judicializando la política.

      No se puede quejar el oficialismo ahora de que la Corte se mete en política. Lo hace para reparar la debilidad de dirigentes a quienes solo les queda el recurso de la arbitrariedad.

      La renuncia de Cristina es consecuencia, no causa

      La renuncia de Cristina de Kirchner a candidaturas no es causa de nada sino efecto de todo. No dispara hechos nuevos - como afirma el planeta cristino-dependiente- sino que es consecuencia esperable del grado de desprestigio de la vicepresidenta, que le impide adornar cualquier lista de candidatos.

      Este desprestigio llevó al peronismo a la derrota en 2021, y puede enfrentar otro revés en 2023. La renuncia es una decisión realista en la que la vicepresidenta busca evitar convertirse, de nuevo, en un factor de división en el peronismo, que le quite competitividad al oficialismo en las presidenciales del año que viene.

      Con la renuncia desactiva a las tribus anticristinistas que podrían tentarse en usarla como justificativo para algún cisma. La renuncia es el final de un proceso iniciado el 14 de noviembre de 2021, día de las elecciones legislativas que perdió el peronismo. El electorado sancionó al oficialismo en esas elecciones de medio término y llevó a la derrota a 13 provincias gobernadas por el peronismo.

      En algunas de ellas, como La Pampa, el peronismo nunca había perdido desde 1983. Cualquier análisis de las razones de esa derrota señala una sanción del público por: 1) el manejo de la economía; 2) el manejo de la peste Covid.

      Esa gestión estuvo en manos del gobierno nacional, articulado desde 2019 en figuras del peronismo del AMBA - Alberto Fernández, Cristina, Sergio Massa. Los tres encabezan hoy el ranking de desprestigio en las encuestas.

      La vicepresidenta y sus acólitos han preferido explicar el renunciamiento - palabreja con solera en la historia argentina - como una respuesta de Cristina a la proscripción que implica la sentencia en la causa Vialidad. Para los intereses del oficialismo ese pretexto es más eficaz que admitir que, aún sin esa sentencia, ni Cristina, ni Massa ni Alberto tienen el nivel mínimo de prestigio para encabezar una lista presidencial en 2023.

      Por eso esta justificación elude decir que la sentencia tampoco está firme y que pasarán años en los que se irá reduciendo en sucesivas apelaciones, hasta convertirse en un manso coscorrón. Más leve que la absolución a Julio de Vido. Buscan convertir una decisión por necesidad en una virtud.

      Peronismo unido, pero sin estrategia

      El peronismo es una liga de gobernadores a la que se suman sindicalistas e intendentes de grandes distritos de Buenos Aires. Mantiene hasta ahora intacto el principal activo para ser competitivo: la unidad.

      La perdió en 2009 y sufrió una década de derrotas. La recuperó en 2019 y no parece que esté amenazada por ningún cisma, pese a no tener líder ni programa, y una fragilidad en el control de los territorios. Esto convierte al peronismo unido en una fuerza a la que le es muy difícil ganar una elección.

      La falta de un liderazgo y de un programa, y un desmoronamiento de sus principales mandatarios nacionales, le quita ventajas a esa competitividad.

      Los gerentes del proyecto (que hoy discuten algunos gobernadores y algunos gremialistas) creen que antes de fin de año deben tener acordado tres puntos que les permitan enfrentar el efecto derrota que arrojan las encuestas de intención de voto:1) un acuerdo para elegir una fórmula que no los lleve a derrota, como ocurriría con Alberto, Massa o Cristina; 2) un programa mínimo que concilie las diferencias entre la ortodoxia del equipo económico de Massa - que se apoya en la teología del mercado - y la intransigencia del cristinismo, que basa sus ocurrencias en un largo y estéril lamento sobre la codicia del capitalismo.

      La ortodoxia del ministro es leída por el cristinismo como una continuación mansa de la agenda de la presidencia Macri, articulada en torno a un acuerdo pestilente con el FMI. El cristinismo cree que esa agenda los conduce a la derrota y anima un cambio de rumbo hacia una economía más cerrada y autárquica - la vida como un camino de ida. El tercer punto es una estrategia nacional que implique que lo que es bueno para el peronismo del AMBA sea bueno para el peronismo del interior. Ahí radica la contradicción básica (diría Cooke) o la contradicción fundamental (diría Ricardo Lafferriere) que debe alcanzar toda organización.

      Cristina vale lo que vale el peronismo

      En el debate de la última tenida en el CFI (Consejo Federal de Inversiones) la crudeza del análisis llevó los ánimos a la exasperación. Hubo acuerdo en que, para lograr un consenso amplio en el PJ, los tres mandatarios de la trifecta presidencial tienen que habilitar el debate, pero renunciando los tres a cualquier precedencia. Cristina ya se bajó, Alberto no sabe cómo subirse a nada; Massa agita el cascabel de que si baja la inflación será candidato. "- ¿A qué? ¿A perder?", se preguntaron en el CFI.

      En ese debate se oyeron frases hirientes del tipo: "- Necesitamos el voto de Córdoba, ¿creen que lo vamos a lograr poniendo a Máximo o al Cuervo Larroque en las listas?". Sobre Schiaretti: "- Olvidémonos del Gringo, es más amigo de Macri que otra cosa y ya tiene asegurada la sucesión en Llaryora. Lo que necesitamos es alguien a quien voten en Córdoba y también en el conurbano." ¿Cristina? "- El 30% no es de ella, es del peronismo. Pero cada vez que llama a un sindicalista, lo trae a Yasky", se quejó un cacique sindical.

      La política es la cuadratura del círculo, y la tarea del peronismo es lograr que su ventaja competitiva de la unidad se encarne en un candidato, un programa y una estrategia que no tiene, y que le costará construir. Arrancan de una vida dedicada a peleare entre sí.

      “Hagamos algo, o entreguemos la llave a Cambiemos"

      La oposición enfrenta el mismo desafío. Tiene un activo imbatible que es el favor del apoyo electoral de los sectores medios de los grandes distritos, en donde gana votos y posiciones porcentuales de elección en elección. En 2019 la fórmula Macri-Pichetto ganó en cinco de los siete distritos más grandes de la Argentina y en 2021 superó al peronismo por ocho puntos.

      El ejercicio standard indica que Juntos por el Cambio sacó en 2021 el 42.75% de los votos, que sumados al 8.20% de los liberistas de derecha, en ese extremo del dial, lo coloca en el 50,95%. Si el Peronismo Federal conserva el 5.65%, lleva esa chance al 56,6 %. Por el otro lado, en la presunción de que el Frente de Todos repitiese el 34.56% y sumase el 5,41% de las izquierdas, el gobierno alcanzaría un modesto 39.97%. Lo ilustró con crudeza uno de los convocantes en el CFI: "- Hagamos algo, o vayamos ya mismo a entregarle la llave del gobierno a Cambiemos. Ya sabemos qué son, que están en contra de la industria nacional, etc.".

      Gobernadores aseguran su silla

      De los gobernadores que pueden asumir candidaturas hay tres que ya han tomado seguro de futuro. Sergio Uñac de San Juan, armador de la cita de esta semana en la CABA; Juan Manzur y Jorge Capitanich.

      Los tres han desacoplado las elecciones a gobernador de la nacional y han cancelado las PASO provinciales. Eso los habilita a ofrecer la receta: "- Yo soy candidato en mi provincia, y después que gane, estoy para asumir lo que ustedes quieran".

      Capitanich quiere apurar los tiempos, y ha pedido desde 2019 que el PJ reestructure la conducción. Confía en que este martes, en Santiago del Estero, un encuentro con Gerardo Zamora y Omar Perotti acelere los tiempos.

      Se reunirán para discutir proyectos para los Bajos Submeridionales, pero la estrategia preelectoral dominará el encuentro. Hoy reclama una mesa federal que actúe como Comisión de Acción Política, que establezca el método de las candidaturas, negocie un programa mínimo y decida una estrategia. El piño de gobernadores busca fecha para reunirse antes de fin de año. Pensaban aprovechar el acto que iba a hacerse este lunes para una reivindicación de Cristina con el PAMI de expresidentes.


      Sobre la firma

      Ignacio Zuleta
      Ignacio Zuleta

      Periodista y consultor político