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      La metamorfosis de la delincuencia en un conurbano cada vez más violento

      Ahora salen a robar hasta en sus propios barrios, bajo la influencia de las drogas. Qué dicen los sociólogos.

      La metamorfosis de la delincuencia en un conurbano cada vez más violentoDos detenidos por el crimen de Deborah Ríos (36), la playera de YPF asesinada en Cuartel V (Moreno).

      El viernes pasado, en una mesa de un pabellón de la Unidad 48 de San Martín, tres ladrones de entre 40 y 50 años compartían el almuerzo y comentaban los crímenes de la semana en el Gran Buenos Aires: el de Deborah Ríos (la playera asesinada a puñaladas en Moreno, camino a tomar el colectivo que la dejaría en su trabajo), el del remisero Carlos Pereira (en Morón, para llevarle su vehículo), el de Daiana Castillo (la atropellaron dos veces en Lomas de Zamora, para robarle la moto) y el del gendarme Marcos Castillo (lo balearon en la cabeza en Zárate).

      "Yo era pendejo, nos quedábamos toda la noche de gira y si veíamos a una vecina salir, la acompañábamos hasta la parada de colectivos", dijo uno de los tres presos, que es de Munro. Y agregó: "La semana pasada, una vecina de una villa me contó que no se fue de vacaciones por miedo a que los ladrones de su barrio se metan a su casa. ¿Qué podés le sacar a una mina que vive en una villa?". Otro, de Caseros, reflexionó: "Antes los pibes de la villa robábamos lejos de casa, con la aspiración de cambiar nuestro nivel de vida y salir de la villa. Ahora la única aspiración de los pibes es drogarse".

      El tercero y último comentó: "Y muchos de esos pibes entran acá y siguen estando re locos, como afuera. Se empastillan, levantan facas y hacen desastres. Yo no pienso hacerme matar por ellos. Mejor hacerse el boludo" .  

      Dos detenidos por el crimen de Deborah Ríos (36), la playera de YPF asesinada en Cuartel V (Moreno).Dos detenidos por el crimen de Deborah Ríos (36), la playera de YPF asesinada en Cuartel V (Moreno).

      El comentario es más o menos parecido. En el Conurbano, las villas de la ciudad, de las provincias y de la mayoría de Latinoamérica (salvo las de Brasil, México y Colombia, que están controladas por los grandes carteles del narcotráfico), "eran los lugares más seguros para vivir". Según cuentan, "los delincuentes cuidaban el barrio, respetaban a los vecinos, ayudaban con comida a los que necesitaban y repartían regalos en cada Navidad y Día del Niño".

      Según pudo reconstruir Clarín, en base a conversaciones con vecinos, sociólogos y ex presidiarios, esa figura de delincuente (por lo general especialistas en modalidades sin violencia) y esa manera de manejar en el barrio en el que crecieron, estuvo muy marcada hasta principios del 2000. Después de ese año, o murieron, o fueron condenados por muchos años o lograron la meta de mudarse y no volver a la villa y desentenderse de los problemas barriales. Pero no volvieron a regenerarse.


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      Para esa época, en lo que vendrían a ser las nuevas camadas, fueron reemplazados por otra figura: el llamado "pibe chorro". Es decir, jóvenes ladrones que salían de sus barrios para robar y apuntaban a supermercados chinos, restaurantes, bares, autos de alta gama y casas. Con los botines, primero, se vestían bien. Invertían en la imagen. Para lo que era el look, estaban siempre a la moda. Los fines de semana iban a bailantas. No aspiraban mucho más que a esas cosas. Y si bien consumían drogas en sus barrios, sus vecinos nunca eran sus víctimas. 

      El "pibe chorro" iría desapareciendo para 2010. Muchos, luego de pasar algunas condenas por robo, al salir de la cárcel se pasaron al menudeo de drogas o fueron reclutados por narcos un poco más organizados que los que venden dosis pequeñas. 


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      La siguiente generación -la actual- se formó con dos nuevas drogas: la pasta base y el crack (ponen cocaína en una sartén, la "cocinan" con bicarbonato y la fuman). Además, como sus botines suelen ser pequeños, optan por la mezcla de fármacos con alcohol. Esas drogas (cada vez de peor calidad en estos sectores, con más cortes de otras sustancias), serían las responsables de un nuevo ítem en la metamorfosis de la delincuencia.

      En los barrios, y las cárceles, los denominan de distintas maneras: "rastreros", "fisuras", "cachivaches", "carreros", entre otras. Son los delincuentes que prácticamente no salen de donde viven. Si sus víctimas no son sus vecinos, los buscan en las inmediaciones. O en las paradas de colectivos, o conduciendo motos o autos, siempre de madrugada o primera hora de la mañana. A diferencia de los "pibes chorros", más que adictos, suelen ser "pibes en situación de pasillo": viven consumiendo. Las conductas que adoptaron, sin referentes barriales que los puedan controlar, generaron algo impensado: que los vecinos empezaran a reclamar la presencia de gendarmes en el territorio.  

      El remisero Carlos Pereira (53), la empleada Daiana Castillo (22) y la playera de YPF Deborah Ríos (36), asesinados en asaltos en el GBA.El remisero Carlos Pereira (53), la empleada Daiana Castillo (22) y la playera de YPF Deborah Ríos (36), asesinados en asaltos en el GBA.

      Para Jesús Cabral, periodista próximo a recibirse de sociólogo y ex detenido (cumplió tres condenas: dos por robo y otra por una portación de arma), "el barrio es una continuidad de la cárcel, y viceversa; lo que se siembra en un lugar, se siembra en el otro". Entonces, los conflictos a puñaladas entre grupos de pares de pabellón son como las disputas a tiros en los barrios. Con los mismos protagonistas.

      Lo dice en base al cambio que también hubo en las cárceles. Porque la nueva figura delincuencial, como actúa bajo los efectos de la droga, es una presa fácil para la Policía. Eso hace que muchos se encuentran en las cárceles. Entre mediados de los '90 (en las dependencias del Servicio Penitenciario Bonaerense) y principios del 2000 (en las del Servicio Penitenciario Federal) dos bandas intramuros compuestas por jóvenes cambiaron las leyes de la cárcel. "La Chocolatada" y "La banda de Agapito" instalaron el robo entre presos. incluso, a los que ingresaban por asaltar bancos. Los rodeaban no bien pisaban el pabellón y les sacaban todo lo que traían. A partir de eso, la cárcel cambió por completo.   


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      Cabral diferencia a los detenidos del campo federal y los del bonaerense. En esa lógica, los autores de los crímenes de las últimas semanas en el GBA pertenecen al segundo grupo. De ellos, dice que "muchos detenidos no saben lo que hicieron, de lo drogados que estaban. Se levantan en una celda de Tribunales sin recordar nada".

      Y de los otros, que "en términos generales, el delincuente porteño o el que delinque en la Ciudad tiene la ambición de comprar su casa, otra en la Costa, la última camioneta, enviar una sus hijos a un colegio privado. Por más que les ofrezcas un trabajo en blanco, no van a cambiar de vida. Y en la cárcel prefieren estar en pabellones de buena conducta, de universitarios, o de trabajadores, evitando a los presos conflictivos. El verdadero ladrón huye de todo eso, quiere una vida normal. Y no mata en sus robos porque prefiere condenas cortas para salir rápido y seguir delinquiendo".


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      Por último, Cabral enumera otra causa a tener en cuenta: "Muchas medidas de seguridad están en sectores de clase media y alta. Las cámaras y la presencia policial solo hacen migrar el delito. Por eso, tal vez prefieran delinquir en las villas o barrios bajos. Aunque tampoco cuentan con la infraestructura para acceder a todos los sectores".

      Sandra Marina es socióloga. Lleva seis años como tallerista en la cárcel de mujeres de Ezeiza. Dice que los jóvenes detenidos por los crímenes de esta semana son "los pibes del 2001, año de la fragmentación de los lazos comunitarios. ¿Y qué se les ofreció? Marginalidad, exclusión, drogas que los arruinan. La única respuesta del Estado es la cárcel. Ahí reciben ciertos tipos de golpizas muy puntuales por parte de los penitenciarios, como si fuera un plan: les rompen los dientes y los intestinos. Entran a los 18 y salen a los 21, arruinados. ¿Qué perspectiva de futuro tienen? No existe el trabajo para ellos. Lo único que les queda es volver a la cárcel o una bala policial. Son pibes poco recuperables ".


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      Marina aclara que la cercanía entre los domicilios de estos jóvenes y el lugar de los robos y los crímenes es por el aislamiento por la pandemia de coronavirus. "Son pibes que no van a sacar un permiso para circular. Y menos andar lejos de sus barrios estando afectados, muy llamativos. Tal vez estén buscando víctimas cuando salen de trabajar por esa razón. El tema es por qué esos delitos terminan en muerte. Por qué tanta violencia injustificada. Muchas veces esa violencia podría ser una consecuencia de lo que son nuestras cárceles. Salen súper violentos. ¿Y qué esperamos? ¿Qué salgan y les pidan permiso a las víctimas antes de robar?".

      "Las cárceles están llenas de estos pibes", continúa Marina. "Puede llegar a ser una especie de refugio para ellos. El afuera los trata muy mal, por la presencia que los caracteriza. Y adentro se genera una especie de pertenencia de grupo: están todos juntos. Si se cambian de pabellón, suelen ir a los de evangelistas. ​Son muy funcionales al sistema. La cárcel se alimenta de ellos".

      EMJ


      Sobre la firma

      Nahuel Gallotta

      Especial para Clarín

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