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      La peste, el último recurso de los gobiernos débiles

      La peste, el último recurso de los gobiernos débilesBanderazo contra todo. La oposición está partida en la decisión de participar, o no, del próximo banderazo del 17. Al gobierno, incluso, hasta podría venirle bien, dicen en sectores que ven un poco más allá de la coyuntura. Juano Tesone.

      La peste es un regalo para los gobiernos para restaurar algo de control sobre la sociedad. Los liderazgos estallaron en 2019 en todos los continentes - salvo en la Argentina. Como toda emergencia, la peste del coronavirus desató un festival de restricciones consentidas - por racionales ante cualquier enfermedad contagiosa - que les permitió a gobiernos débiles hacer simulaciones de fuerza. Tamaño entusiasmo no tardó en caer en el debate político, que divide a gobiernos y oposición en casi todos los países, con libre elección de las banderas. En los Estados Unidos o en Brasil la liberalidad de las administraciones de Trump o de Bolsonaro es señalada como motivo de la escalada de casos. En la Argentina, el gobierno resiste con restricciones y señala a la oposición como anti-cuarentena. Se desborda cuando el presidente se enoja con el público. Este juego excede el marketing, un nivel trivial de la actividad política. Mas a fondo, señala cómo se ejerce el liderazgo y cómo percibe el público la capacidad de control del problema por parte de la autoridad. Si en las grandes ciudades como Buenos Aires el público monta en quejas como la que se expresará mañana en el banderazo del 17 sanmartiniano, no es porque tenga argumentos para responsabilizar al gobierno de la curva de contagios. La Argentina sigue teniendo un nivel de daños muy bajo respecto de otros países. Pero el público empieza a percibir que quizás el gobierno no esté en control del problema. O, peor, que lo esté manipulando.

      Dudas venenosas: las cifras oficiales

      Esta semana hubo una inflexión que afecta al público, que tiene una sola ventana sobre el problema en los medios. Son las revelaciones de la prensa sobre la inconsistencia de los datos diarios de contagiados y muertos. El gobierno ha admitido que en realidad son datos "a la fecha de registro" y que, efectivamente, se informan las víctimas del día, y también de los días anteriores. Una investigación del diario La Nación llegó a decir que recién en dos años se sabrá cuántos de los muertos habrá que anotarlos como víctimas del virus, o de otras enfermedades. Los maliciosos imaginan que el gobierno hace un uso capcioso de las cifras, que maneja un stock de víctimas que va destilando cuando le conviene, por ejemplo, entre jueves y viernes, cerca de las conferencias de Olivos sobre nuevas medidas. La comunicación oficial debió aclarar que las cifras que muestran subidas y bajadas de la curva eran según lo registrado, y no las reales al momento de anunciarlo. La épica se reduce a una trama de juntadáveres (Onetti, inevitable). Si nos hubieran dicho que gobernar era solo eso, La gente toma medidas sobre esos números, para su vida privada y sus intereses, decide su destino según información que ahora puede ser sospechada de manipulación. Es consecuencia de la estrategia de haber convertido la acción de gobierno en una cuestión de enforcement (obligar a cumplir) o en una especulación de quinieleros sobre números que pocos entienden, y menos que nadie el propio presidente, cuando lucha en público con las "filminas" (sic). Justo en un país que tiene un déficit en la data base de todas las actividades. Si algo no se ha hecho bien en la Argentina es medir cosas, ni inflación ni inseguridad, ni enfermos ni sanos. Grave, cuando la Argentina había escapado a la crisis de los liderazgos de 2019 y tiene, además, un sistema de protección social sólido, que es una de las causas de que esta tormenta se haya tolerado con cierto éxito, si se compara con el resto. Este sistema se ha construido con el esfuerzo de más de un siglo de gobiernos que han representado la demanda, de más del 80% del electorado, de un agenda igualitaria. Le cuesta al presupuesto ese 60% del gasto social y, de manera pacífica, permite que en la Argentina haya 40 millones de personas que hoy vivan en un hogar que recibe un cheque del Estado. La prueba de esa excepcionalidad es que cuando hay que hacer una vacuna todos miran al sistema de salud argentino. ¿Para qué cebarse entonces en el uso capcioso de las cifras, sólo para intentar algún control político en un mundo rebelado ante todos los controles?


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      El problema es el liderazgo

      El mismo fenómeno se replica con la inseguridad. Patricia Bullrich dejó el gobierno como la funcionaria más prestigiosa de la administración Macri. El público la percibía en control de la situación. A seis meses de asumir el nuevo gobierno, la inseguridad encabeza las marcas de preocupación del público en las encuestas. En esos seis meses los casos delictivos descendieron en algún momento más de un 90% por la peste, que asustó hasta a los ladrones más temerarios - aunque despertó a los de cuello blanco, que estafan al estado con la venta de insumos médicos. ¿Es posible que la delincuencia haya escalado tanto desde que se fue Bullrich? Quizás sea que el público percibe que el gobierno no está en control de la seguridad, con los ministros nacional y provincial - Frederic y Berni - peleados en público, o discutiendo si estuvo bien o mal soltar presos peligrosos, poniendo como prioridad una quimérica reforma, que desmantelará durante años el sistema judicial, o viendo cómo el poder Ejecutivo pide excarcelaciones de funcionarios detenidos por presunta corrupción. Lo que paga el gobierno no es que haya muchos más delitos, sino que el público no lo percibe en control de los hechos. No es marketing de las sensaciones, como repiten el gobierno; es más profundo Es la frágil capacidad de liderazgo de un gobierno trifásico, compuesto por tribus que no se respetan ni se ayudan entre sí, que compiten por un poder que no tienen, y todo lo que no les funciona pasa por un lente de aumento. Alberto es un penalista que habla de "castigo" en las cárceles, algo prohibido por la Constitución; Massa es un abanderado de la mano dura; Cristina ha sido una garante del garantismo. Ese cóctel es una fórmula para el descontrol, en un país que tiene las mejores marcas de seguridad de la región, medida en cantidad de homicidio dolosos cada 100 mil habitantes, pero a la vez es el tercero en el ranking del corrupción policial.



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      Vuelo corto: ahora contra los "destituyentes"

      Sinceridades de medianoche: José Mayans dijo en el Senado que Cristóbal López está en juicio y "no sabemos si es culpable o inocente". Menos mal que Cristina había dejado la presidencia del debate, a la medianoche del jueves. No suele estar cuando hay situaciones de compromiso, como el voto de la moratoria, con el artículo 11° que les permite a grupos de quebrados y/o procesados acceder al perdón fiscal. O la aprobación de la prórroga del Presupuesto, con los artículos 7° y 8° que dolariza - a lo Menem - bonos por hasta US$1.500 millones nominados antes en pesos. Esas faenas de presidir votaciones vergonzantes se las deja a radicales revenidos como Maurice Closs o a Claudia de Zamora. Tampoco estuvo cuando se dio entrada a los pliegos de los jueces observados por el Ejecutivo, por designaciones y traslados que el oficialismo quiere anular. No sea que alguien diga que Cristina tuvo algo que ver con esas decisiones. Desnudó a un oficialismo que no sale de la luna de miel, porque apoya todos sus argumentos en el cuestionamiento de la herencia recibida. Mayans llegó a decir "están tratando de tumbar al gobierno, ven una oportunidad en la crisis". El fantasma destituyente es uno de los argumentos que usó el cristinismo en cada crisis que enfrentó antes de 2015. Raro que en una cámara con tanto margen de mayoría frente a la oposición, el oficialismo alce todas sus acciones en el rechazo de Juntos por el Cambio, como si lo necesitase para mantenerse unido. La falta de una estrategia para que haya debate motivó el veto parcial del Ejecutivo a la ley de fibrosis quística. Este proyecto venía aprobado, votado con buena mayoría de Diputados y lo intentaron bajar el ministro Ginés y el jefe de Presupuesto y Hacienda, Carlos Caserio por caro, y porque imponía, a su juicio, un determinado recetario “con nombre y apellido”. Un concierto de Alberto y Cristina ordenaron que el proyecto se votara igual, quizás para mantener una imagen grata a los promotores de la ley. El gesto pretoriano puso al ministro de salud al borde de la salida, por el desaire que sufrió, en un momento cuando está entre los funcionarios de más prestigio por su tarea contra el virus. Lo remedió Alberto con un veto parcial.

      “Nos habíamos olvidado de que Pichetto ya no estaba más en el Senado”

      Algo parecido puede ocurrir esta semana con el proyecto del teletrabajo, otra norma que salió votada con mayoría holgada en la cámara baja, y para la cual Mayans había prometido cambios importantes. También Cristina aplastó el debate y mandó aprobarla a mano enyesada, para no mostrar disidencias internas. Un jefe de bloque reflexionó con ironía: "Nos habíamos olvidado de que no estaba Pichetto en el Senado. Antes de 2019, Diputados votaba cualquier cosa, pero sabíamos que en el Senado Pichetto lo barajaba y lo reducía a la razón". El caso más recordado fue la reforma del impuesto a las ganancias, en diciembre de 2016. Los extremos que habían votado los peronistas de los bloques de Recalde y Massa lesionaban la coparticipación de tributos con los gobernadores. La mesa de mandatarios junto a Pichetto hizo las reformas para que se afeitasen los montos, y la norma volvió a Diputados. Ahora Pichetto no está y el recurso que le queda al peronismo, aislado de la oposición, pero también de los gobernadores y los empresarios, es que el Ejecutivo vete. Se enojaron los peronistas cuando Esteban Bullrich dijo que ese sistema hacía que se voten leyes mediocres y algo de razón tiene, porque las leyes no son buenas y le han cedido, ya en dos casos más, atribuciones al Ejecutivo para que legisle a través del veto.

      La política, como el amor, se hace presencial, no por zoom

      En Diputados la fuerza de la oposición es más eficaz porque cuenta ya, en las mejores oportunidades, con 125 votos. Lo demostró en la última sesión - cuando el oficialismo, en su peor recuento llegó a 129, justo lo necesario para el quórum. La experiencia del Senado de que no se debaten los proyectos alimenta el reclamo de que se hagan sesiones presenciales para temas calientes como la reforma judicial. Mario Negri se apoyó en el reclamo de Felipe Solá a los gobernadores del BID, de que el sucesor de Alberto Moreno sea elegido en una asamblea presencial, no remota. Eso daría más chances de discutir la sucesión con fineza, una alternativa a la imposición de Trump de un candidato americano, aunque sea un cuban-american. Los tuneleros del Congreso criollo trabajan para encontrar alguna fórmula. La más cercana es que Diputados llame a sesión de temas inocuos o con despacho pacífico, y que la oposición autorice un protocolo a la carta, para una sola sesión, renovable semana a semana. "La política, como el amor, se hace presencial, no por zoom", es el hallazgo de Ramón Puerta que ya circula entre los opositores.

      Debate en Cambiemos por ansiedad de banderazo

      La oposición entró en un debate sordo por la convocatoria al "banderazo" de este lunes, en el cual sectores medios que no votan al peronismo se van a quejar de todo, desde la cuarentena hasta de la reforma judicial. El debate interno está entre quienes buscan encabezar esa protesta, como Patricia Bullrich, que avisó que asistirá. Enfrente están los dirigentes de otros partidos de la coalición como Negri, que advirtió que ellos no convocan. Se cruzan por una diferencia de método. Patricia, como Macri y Pichetto, se posiciona en la crítica a los enamorados de la cuarentena. Buscan representar al malestar social de los quejosos de las restricciones al trabajo, y también a las libertades ambulatorias, que ahora se sabe están basadas en números discutibles. En realidad, la pelea es entre el gobierno y la sociedad, y los partidos con más recorrido, entienden que es mejor no ponerse en el medio. Hacerlo es redundante, porque esos sectores del banderazo no votan al peronismo. Ya los tiene la oposición detrás de sí. Pero si los sellos partidarios se ponen en el medio o por delante, le dan argumentos al gobierno para meterlos en la refriega partidaria, y bajarle el precio a ellos y a la protesta. No son cuestiones de marketing sino de estrategia. El marketing se cobra o se remienda en el acto. La estrategia se factura en el mediano y largo plazo.


      Sobre la firma

      Ignacio Zuleta
      Ignacio Zuleta

      Periodista y consultor político