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      Blindaje radical, Congreso paralizado y el día que Cristina Kirchner se alió a Vladimir Putin

      Gerardo Morales, de visita con intendentes en la Rosada. Las internas juegan en el parlamento. Y la curiosa relación entre el presidente ruso y la vice argentina.

      Blindaje radical, Congreso paralizado y el día que Cristina Kirchner se alió a Vladimir PutinCristina Kirchner y Vladimir Putin firmaron una decena de acuerdos a mediados de 2015 en Moscú. FOTO Reuters
      27/03/2022 18:47

      Lo importante no es competir, es llegar


      La política se inventó para acordar, no para pelearse. Eso convierte en una ilusión facciosa esperar -como muchos observadores de variada militancia- que estallen sobre el firmamento los fuegos de la división del Gobierno. Que las tribus permanezcan unidas no es ya la condición para ser competitivos en 2023. Lo es para algo más modesto y trágico, que esta cúpula presidencial llegue intacta hasta esa fecha.

      Alberto y Cristina están en el punto máximo de vulnerabilidad. El Presidente ya no podría aguantar un vacunagate ni una fiesta de pocos en los muros porosos de Olivos –en donde, de paso, se están terminando obras para mejorar el quincho, toda una profesión de fe en el futuro–. Por eso se agarra como puede a la tea ardiente que encarna Martín Guzmán.

      Las leyendas de que puede soltarlo al ministro por la borda omiten lo más importante: el acuerdo con el FMI será un chorro de oro para un país que suspende los pagos hasta nuevo aviso. Es la panacea que espera el Gobierno después de dos años de malaria. Y la posibilidad de que alguien empiece a ver brotes verdes (después de todo, siempre se trata de dólares).

      Cristina le sigue en el ranking de vulnerabilidad: es la responsable de la derrota del peronismo en las elecciones de noviembre, concentradas en el distrito que ella maneja. Como Alberto, no puede volver a figurar en una fórmula presidencial a menos que se produzca un milagro que nadie espera. La situación de los dos produce un efecto muy común en este tipo de transiciones: los cambios de piel.


      Martingalas en la cúpula


      Todos miran al tercero en la trifecta presidencial, Sergio Massa, que está más callado que María Eugenia Vidal. No podría estar en una fórmula en 2023 a menos que:

      a) Sus socios le cedieran antes la oportunidad de probar lo que puede hacer.

      b) Logre mejorar el pasivo más gravoso de su figura, que es su desprestigio en las encuestas.

      Lo más barato sería ponerlo de jefe de Gabinete, algo para lo que le sirve lo que queda de sus acuerdos con el Instituto Patria. Más cara, casi imposible, es la fantasía de algunos que lo entornan: que asuma el poder ejecutivo de Olivos y protagonice un año y medio de realizaciones, en concierto con sus amigos del peronismo federal, el grupo al que representó entre 2015 y 2019 en el Congreso. Entonces era oposición y jugaba con los gobernadores junto a Miguel Pichetto.

      Ese formato está hoy en la galería de las fantasías que se deslizan en las sobremesas. No sólo porque después de Isabel, ¿quién enferma o hace renunciar a alguien que está en la cúpula? ¿Y encima para dejarlo a Massa? Arrastraría los proyectos de Juan Manzur, que hoy representa a la cuarta tribu del peronismo en el poder: la de los gobernadores, que esperan que el AMBA juegue para decidir qué harán.

      El diagnóstico de Dubai -cita de las espadas principales del peronismo, lejos de las miradas indiscretas- es que la paridad de las dos coaliciones para 2023 sólo se desequilibra en favor de quien capture el voto moderado. El Instituto Patria, en los documentos que trafica con una pasión postal digna de la era predigital, repudia la opción por la moderación.


      Paz en el PJ hasta en la Provincia donde arde

      Esta condena a la moderación es una opción que no basta para que se produzca el cisma que esperan la prensa pedagógica -la que le dicta a los políticos lo que ella cree que deberían hacer- y la oposición. La prueba está en las elecciones de este domingo para autoridades municipales del PJ en Buenos Aires, el distrito que maneja Cristina de Kirchner a través de su hijo. Transita la crisis más grande que haya tenido el peronismo desde que asumió en 2019. Se esperaría que en este territorio se diera una batalla terminal, profunda, que dividiera aguas. Nadie se enteró de esta elección.

      Buenos Aires tiene 135 partidos. Sólo en 11 de ellos hubo elecciones. En el resto hubo lista única por el acuerdo entre los dirigentes locales, especialmente en los municipios que controlan intendentes del PJ. De los 11 en donde sí hubo elecciones, sólo en uno de ellos gobierna el PJ, el partido de la Costa. Hubo elecciones en distritos emblemáticos en manos de Cambiemos, como Mar del Plata, Tres de Febrero, San Isidro o San Miguel. Prueba que el mandato de la unidad para mantener el dominio territorial está por encima de las pirotecnias divisionistas.


      Se unen para aferrar a los territorios


      En 2015, cuanto el peronismo estaba más unido que nunca, después de una década de derrotas, perdió las presidenciales por apenas algo más de 2 puntos. Aquella experiencia los aterra, y buscan aferrarse a la unidad como pueden. Ese aferrarse al territorio es ley para los caciques locales, en niveles municipales y provinciales. El cordobesismo de Juan Schiaretti se asienta en esa regla indiscutible: se hace todo lo necesario para que gane nuestro oficialismo y se negocia todo lo que pueda blindarlo.

      En 2011, con tal de mantener el poder, Schiaretti le regaló la lista de diputados nacionales al cristinismo. Y no por amor, fue para mantener el control de su territorio. El mismo propósito explica que Gerardo Morales haya iniciado en la semana que pasó una serie de visitas de intendentes radicales a ministros del Ejecutivo. Ya estuvieron con “Juanchi” Zabaleta, ministro de la dádiva –Desarrollo Social- para pedir que les cumplan obra y quejarse de discriminación, donde la hubiera.

      En Parque Norte la orden de Morales fue: nadie más va solo a ver a los ministros. Van conmigo. En este tiempo preelectoral, los Ejecutivos salen de shopping y puede comprar intendentes. El intento de Morales es impedir que se perfore el control territorial cooptándole intendentes. Apareció este domingo junto a Mario Negri en Sunchales (Santa Fe) en un acto interreligioso junto a Omar Perotti. Pidieron allí por la paz. Pero fue otro gesto de aferramiento territorial.


      El internismo oficial enfría el Congreso

      La agenda beneficia estos gestos de unidad del Gobierno, aunque sean simbólicos, para la galería. Este miércoles el peronismo del Senado está en condiciones aprobar del proyecto oficial de reforma del Consejo de la Magistratura. Tienen 37 votos y la oposición presentará el martes el dictamen de disidencia, que pude llegar a mostrar las diferencias estrechas entre oficialismo y oposición. Pero al Gobierno le interesa exhibir solamente la unidad. Descarta que en Diputados el proyecto naufragará.

      El eje de su proyecto es dejar a la Suprema Corte afuera del nuevo Consejo. Esa idea, que rechaza el proyecto de la oposición, necesitaría 11 votos de los diputados por encima de los 118 que tiene el peronismo. Tampoco se sabe cuándo sesionará esa cámara. Las peleas internas del oficialismo han perforado las relaciones hacia adentro y hacia afuera. Hacia adentro, no hay acuerdo para el reparto de comisiones entre albertistas, neutrales y cristinistas. Hacia afuera, la oposición reclama que se aplique el método de reparto de comisiones de siempre, por interbloques.

      El oficialismo quiere cambiar el sistema y repartir comisiones por bloques. El Frente de Todos tiene 118 diputados en un solo bloque y si se impone este criterio, se quedan con la mayoría en la integración de todas las comisiones. El debate paraliza a los Diputados, donde hay sólo dos comisiones integradas -Presupuesto y Finanzas-.

      Lo más grave es que Alberto no tiene comisión de DNU y lleva casi una veintena de decretazos firmados en el año. Debió integrarse en diciembre, porque es una comisión permanente y actúa haya o no Congreso abierto, para aprobar o rechazar los DNU y los decretos de delegación legislativa. Esto pone en aguas de remojo medidas como las retenciones y el fondo del maíz. Un golpe a Olivos que le agrada a la oposición, pero también al cristinismo, porque jibariza a Alberto.

      El descansadero lo dedican algunos para aprovechar la temporada de pesca en el Sur: allí ensayan captura de piezas, aunque con devolución, otra práctica común en la política –no damos nombres, porque aquí no se delata gente, y menos por inocentadas como es la pesca-.


      El temor de la oposición a la "Gran BP" con alquileres

      El descongelamiento de esta situación se hace a tientas sobre hielo delgado. La oposición tiene pedida una sesión especial el 5 de abril para tratar la derogación de la ley de alquileres. Puede tener quórum, pero teme que el oficialismo les haga de nuevo "la gran BP": que le den quórum a la sesión y les den vuelta el proyecto. En lugar de derogar esa ley, imponer, por ejemplo, el impuesto a las viviendas vacías, un castigo de clase muy Heller. Con Bienes Personales -de ahí BP- ocurrió algo parecido. La oposición pidió una sesión para bajar ese tributo, y el oficialismo aprovechó para aumentarlo. La oposición pagó así el desplazamiento de Negri como jefe del interbloque.


      El sistema por encima de las personas

      Tampoco la política se resuelve en las relaciones personales como creen quienes mantienen una concepción romántica del oficio. Creen que el héroe es el motor de la historia, cuando en realidad los procesos son sistémicos, colectivos. Es donde radica el misterio de la política, territorio de la confusión, del error y del fracaso. Pero que embruja a las conciencias con ilusiones y utopías que finalmente se resuelven en una única fórmula: se trata de irla llevando.

      Si las relaciones personales fuesen tan importantes, las relaciones entre los países quedarían encerradas en un juego de temperamentos. El Gobierno se divide hoy entre prorrusos y anti-Rusia. Estos están en el Ejecutivo y enojan al Instituto Patria, profiriendo condenas a la invasión de Ucrania. El cristinismo no puede imponer su preferencia por los invasores. Es una prueba de su debilidad, en un gobierno ya débil, que no ganaría nada si permaneciese neutral en aquella guerra.


      Amor por el autoritarismo

      En el Patria aman a la Rusia de los autoritarios como Putin. Los autoritarios -decía Margaret Albright- equiparan su bienestar con el de la Nación y a la oposición con la traición. Hay que encontrar en ese mood las razones de Máximo para decir que todo es una mierda y acusar de traidores a sus adversarios, sean Alberto o Juntos por el Cambio. Una de las marcas de identidad del autoritarismo es la pasión por las ramas conspirativas -lo decía Hannah Arendt en su decálogo del autoritarismo-.

      Los Kirchner nunca quisieron mucho a Putin, hasta que en 2015 el jerarca ruso le acercó a Cristina a Edward Snowden, el espía americano que defeccionó y se refugió en Moscú. Fue en abril de 2015. El espía le reveló a Cristina detalles del plan del gobierno de Obama de escuchar las llamadas telefónicas de muchos mandatarios de quienes se decía amigo. Entre ellos, Cristina, Angela Merkel, Dilma Rousseff.

      Cristina nunca ha revelado qué hablaron, ni reconoció el encuentro, que dio a publicidad uno de los abogados de Snowden. Héctor Timerman, que estaba en ese viaje, tampoco supo de qué hablaron. O lo que pudo conocer quedó en algún briefing que la Cancillería mantiene en secreto. Después de ese encuentro Obama pasó a ser de amigo a enemigo, y eso que él había sido quien le avisó a Cristina la existencia del yacimiento de Vaca Muerta –cumbre de Cannes del G20 en 2011-. Y Putin pasó a ser el mejor socio. Por eso la preferencia por él incluso en las vacunas de la discordia.


      Desaires de antaño

      Hasta entonces los Kirchner tenían una historia con muestras de indiferencia. En 2004 Néstor se demoró con Cristina en Praga, y lo dejó clavado a Putin en el aeropuerto militar de Domodedovo, en una escala en el viaje a China de aquel año. Rafael Bielsa, canciller de entonces, hizo el aguante junto a Putin en Moscú, sentados los dos en modestas sillas de Ikea, frente a un vidrio enorme que daba a la pista, hablándole de Tolstoi, de Evtuschenko, de Rucucu, del mago ucraniano de Olmedo, a un Putin frío, de mirada de hielo.

      Al cabo de una hora exacta se acercó un edecán y le dijo algo al oído. Putin le dio un golpecito a Bielsa sobre el muslo izquierdo, y soltó en perfecto inglés: "No es su falta, Ministro". Se levantó y se fue. Un desaire en serio: era el día de su cumpleaños (7 de octubre) y se había venido de Soci, donde estaba de vacaciones, para verlo a Néstor que llegaría de Praga. El matrimonio se demoró en el paseo, pero argumentó demoras por un problema climático. Lo va a contar mejor, algún vez, Bielsa, que es novelista. Antes de salir, el intérprete le preguntó si le gustaba Manuel Puig. "- Yo traduje todas las obras de Puig al ruso. Soy un hijo auténtico de la educación que me dio la URSS. Putin -pudo pensar Bielsa- era hijo de lo mismo.


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      Sobre la firma

      Ignacio Zuleta
      Ignacio Zuleta

      Periodista y consultor político